Oh, tell me now, where was my fault
In loving you with my whole heart
A white blank page and a swelling rage, rage
You did not think when you sent me to the brink, to the brink
Munford & Sons
A duras penas se puede comprender lo que le pasa a una misma y mucho más difícil es poder controlarlo. Con voluntad y mucho tiempo, quizá, es posible lograrlo un poco. Pero comprender y controlar a los demás está tan fuera del propio alcance como el entender en qué momento todo ha comenzado a irse barranca abajo: es tan imposible como contener una avalancha con las manos.
Tal vez el desmoronamiento ocurre por una decisión que se ha tomado hace años o una palabra que se pronunció hace dos días. Tal vez es un castigo de los dioses por no cumplir con ciertos requisitos cósmicos o por pretender vivir en el Olimpo cuando ni siquiera se sabe vivir en el planeta Tierra. ¿Cómo saberlo? Yo me lo pregunté muchas veces desde ese momento en el que todo comenzó a desmoronarse. Sin obtener respuesta.
Barry no me despertó para ir a correr ni para alguna clase loca, ni siquiera para recordarme lo mucho que lo necesitaba pegado a mi cuerpo. Y luego de tantos días haciéndolo, realmente me resultó extraño y lo eché de menos.
Lo que me despertó fue un trueno de los de Zeus, fuera de este mundo, o al menos así me pareció a mí. Era como si el cielo se desgarrara sobre el mundo y los titanes estuvieran en plena guerra estelar, pero bien podía ser mi percepción alterada de todo. Aún me duraba bastante la sensación que me había dejado mi inconsciente ingesta de marihuana dos días atrás: el tiempo se fragmentaba, aceleraba y ralentizaba de una manera que me dejaba estática, tratando de reencontrarme en la realidad.
Por eso, cuando bajé a la cocina y vi a Barry tan fuera de sí, me costó entender si era un sueño, si era él, o si era la sensación tensa que generaba la tormenta eléctrica que azotaba contra todos los vidrios de la casa.
Él no me vio, lo que acrecentó la idea de que estaba contemplando un sueño, como una película. Estaba rojo y despeinado y gritaba como un marrano a quien fuera que estuviera del otro lado de la línea, mientras caminaba por la cocina, como era su costumbre al hablar por teléfono, salvo que esta vez lo hacía como una bestia acorralada y tan peligrosa que me paralicé. Por la ropa que llevaba puesta y el sudor que le corría por el cuello y empapaba la espalda de la camiseta supe que ya había corrido su maratón del día. Lo tremendo fue entender que ni aun así se había tranquilizado.
—¡Me importa una puta mierda lo que cueste! ¡Quiero que ya mismo saquen de circulación toda esa mierda! ¿Me oyes? ¡Saca de circulación esa puta mierda! —gritó, pareció escuchar lo que le contestaban y arrojó el teléfono contra la ventana, que estalló en pedazos, haciendo saltar la alarma de la casa.
Pensé que repentinamente se había calmado, porque quedó de espaldas a mí, mirando hacia la ventana e inmóvil, como si con el estridente sonido hubiera reaccionado y despertado de su propia pesadilla. Pero me equivoqué, porque tomó aire y rugió, mientras barría las cosas de la isla de la cocina con el brazo. El estruendo de vidrios y acero inoxidable contra el piso me hizo retroceder y tropezar con una de las banquetas del desayunador. Barry se sacudió en su lugar pero en vez de girarse hacia mí, se agarró a los bordes de la isla con fuerza.
—Vete —escuché. Era más una vibración que un sonido definido y me costó decodificarlo por debajo de la alarma, pero cuando lo repitió con más claridad, salté en mi lugar.
—¿Q-qué te...?
—Por favor, vete —silabeó.
—¡No! —protesté sin saber por qué.
—¡VETE, NATALIE! —rugió, aferrado al mármol de la encimera como si estuviera aferrado a un precipicio y luchara contra todo su peso para no dejarse arrastrar al abismo.
James pasó corriendo por mi lado y casi me hizo girar como un trompo, pero me agarré a la barra y los miré, aturdida, sin entender qué era lo que estaba pasando. Barry se sacudió cuando notó a James cerca, parecía contenerse para no atacar, y James lo rodeó como si tratara de domar a un caballo, haciendo «shhh» y murmurando palabras que no llegué a escuchar. Barry mascullaba algo sin soltarse del mármol ni moverse en lo más mínimo, salvo sacudidas involuntarias ante la cercanía de su guardaespaldas que trataba de acercarle algo a la boca.
—Aléjala de mí. Sácala de aquí —escuché en un silencio de la alarma y algo se me desató adentro.
—¡No! —exclamé, dolida, asustada, completamente perdida.
—¡Mierda! ¡Llévatela, James!
James me miró con la mandíbula tensa y negando con la cabeza y entendí que no era momento para protestar, por mucho que se me rebelara todo por dentro. Fuera lo que fuera que estuviera pasando, no era momento para reclamar, y tanta impotencia e incredulidad me hizo descargar las palmas de las manos contra la barra. El dolor de mi muñeca corrió hasta el centro del cerebro y me hizo saltar las lágrimas, pero no me importó porque ahora miraba fascinada cómo James apoyaba su manotón en la espalda de Barry y lograba meter una pastilla en su boca, murmurando como una madre dulce que trata de tranquilizar a su hijo.
Todo se detuvo, menos el sistemático y enloquecedor sonido de la alarma. Me pareció que fueron dos minutos, pero en mi estado distorsionado podrían haber sido dos horas. Y de repente Barry aflojó los brazos y se tambaleó un poco, chocando contra el cuerpo compacto de ese hombre que parecía ser mucho más que su guarda de seguridad. Luego de lo que acababa de ocurrir ante mis ojos, ese hombre era Dios.
Sentí que se me sacudía el pecho con un quejido acongojado y traté de entender qué era lo que había ocurrido. James pasó el brazo de Barry por encima de su hombro y lo sacó de la cocina. En ningún momento Barry me miró y eso me hizo llorar hasta que unos segundos después, o unas horas, la alarma se apagó y solo quedó el silencio y el ruido de la lluvia contra los cristales de la casa.
Decidí subir al cuarto y encerrarme, porque algo me dijo que James volvería y me sacaría de allí, como le habían pedido. Y yo no quería eso. Solo quería entender. Quería entender por qué Barry estaba tan loco y por qué esta vez quería apartarme de él. ¿Qué le había hecho? Nunca por nada me había querido lejos de sí y menos en uno de sus brotes. ¿Estaría así por mi culpa? ¿Por algo que ni siquiera sabía yo qué era?
Recordé sus gritos al teléfono y traté de entender a qué se referían. Qué querría decir con sacar de circulación. Ni siquiera estaba segura de haber entendido bien aquellos gritos. La alarma de mi teléfono empezó a sonar para que tomara mis pastillas y, mientras lo hacía, vi que tenía un montón de notificaciones por todos lados. Llamadas perdidas, mensajes de texto, mails y hasta mensajes de Facebook.
Dejé el vaso y pestañeé, tragando y tratando de enfocar algo en todo ese inusual movimiento en mi móvil. Casi todo era de números y remitentes desconocidos y el único nombre que reconocí en mi bandeja de entrada fue el de Paul Potter: «Lo siento por ti. ¿Quieres hablar conmigo ahora?», decía el asunto y no pude evitar abrirlo, mareada y con una sensación de náusea que me hizo caer sentada en la cama. El contenido del correo era una nota de revista online con dos fotos, una de Barry y otra de Max Donald. Habían dibujado una especie de ring de boxeo que los enmarcaba y que me llevó en un instante a la pelea que había presenciado.
QUIEN JUEGA CON FUEGO...
Se ha filtrado hoy un vídeo encendido de Barry Brown y la esposa de Max Donald.
Ahora sabemos cómo perder un contrato discográfico millonario en... menos de cinco minutos.
¡Entra a verlo!
Como autómata, acepté la llamada a la acción y entré al enlace. De inmediato supe que era Barry, aunque en mi estado de percepción podría haber sido cualquier otro. Rogué que fuera otro, pero no lo era. Rogué que todo fuera un sueño, pero era real. Rogué desmayarme ahí mismo, pero no lo hice. Y en vez de eso, contemplé con una conciencia absoluta de la realidad cómo los largos dedos de mi novio se aferraban a las caderas enfundadas en puro rojo, mientras su cuerpo se golpeaba y descargaba, frenético como un animal salvaje, contra el de Megan.
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El sueño - Barry Brown 1 (Borrador)
Romance¿Qué pasará cuando todas esas fotos en la pared se vuelvan realidad? A sus veintidós años, Natalie Andrews está en plena crisis existencial. Estudió música para tocar y cantar las canciones de Barry Brown. Sueña con conocerlo, pero sus miedos e inse...