34. I can't believe that you're in love with me

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I have always placed you far above me
just can't image that you love me
And after all is said and done
To think that I'm the lucky one
I can't believe you're in love with me
Billie Holiday


Tenía razón papá cuando me decía que si enfocaba mi atención en algo como un rayo láser, todo lo demás perdía entidad, perdía peso y drama. Me lo dijo cuando me enseñó a andar en bicicleta, en los Bosques de Palermo, en uno de sus primeros viajes a Buenos Aires.

Mamá por supuesto estaba en desacuerdo con todo el tema de la bicicleta, si para ella no tendría dónde usarla en esa ciudad y jamás me dejaría salir a la calle montada en uno de esos vehículos suicidas. Pero al final papá ganó la lucha y me compró mi primera bicicleta. Una bien rosa, como yo quería. Entonces fuimos al parque y me dijo que enfocara mi atención como un rayo láser en lo que pasaba entre la bicicleta y yo. Que no mirara nada más ni pensara en otra cosa. Que tratara de comprender cómo funcionaba eso del equilibrio, el balance del cuerpo, la reacción de la bici ante mis órdenes.

Y funcionó, aunque luego me tuvo que dar el mismo consejo para que pusiera mi atención en todo, menos en el dolor de mis rodillas raspadas contra el pavimento, mientras mamá trataba de ponerme un polvo cicatrizante que ardía como el infierno. Yo pataleaba y me negaba rotundamente, llorando con dolor e impotencia: mamá estaba furiosa con papá por milésima vez en una semana, muchas veces para tan pocos días, y sus nervios no hacían más que ponerme histérica a mí. Pude escaparme de ella y correr a mi cuarto con las rodillas al rojo vivo. Por debajo de donde había caído un poco de polvo, corría un agua rosada que manchó mi cubrecama pero no me importó, y esas eran cosas que me importaban. Pero en ese momento no me importaba nada. Solo me dolía todo. Me dolían las rodillas, me dolía el orgullo por haberme caído en medio de toda esa gente y me dolía el alma por haber escuchado a mamá decirle entre dientes a papá:

—¿Has visto? Con esa actitud que tienes lo único que logras es hacerle daño.

Recuerdo ese día, cada palabra, cada mirada y cada sensación como si todavía estuviera pasando. Recuerdo el calor del sol de verano contra mi piel y el olor a garrapiñada y nubes de azúcar del parque. Recuerdo el ardor y la sensación fría de los hilitos de agua que supuraba mi herida a medio curar. Recuerdo la rabia en las palabras de mamá y peor, recuerdo la mirada herida de papá, su actitud derrotada, cuando unas horas antes estaba tan radiante al sol, enseñándome a montar mi bicicleta rosa. Éramos tan felices estando juntos y solos, que odiaba a mamá. ¿Acaso no se daba cuenta de que la que nos dañaba era ella? Recuerdo también a papá entrando al cuarto con el bote de polvo cicatrizante y gasas en una mano, y un vaso de chocolatada en la otra.

—Algo dulce para borrar esas lágrimas —me dijo y, luego de que me tomé la Cindor, me dio el walkman—. Tengo que ponerte bien esto, hija. Si cierras los ojos y escuchas música no sentirás nada.

—No, no, no quiero. Arde mucho —lloré, asustada de nuevo.

—Te prometo que si haces lo que digo, no será tan grave.

Entonces papá me acomodó los auriculares, oprimió el botón del PLAY y Barry Brown inundó el interior de mi cabeza con su voz. Papá me besó la frente, me secó las lágrimas y luego me hizo un gesto, animándome a cerrar los ojos y hacer lo que ya me había enseñado: fijar mi atención en una sola cosa y olvidar todo lo demás. Y así, mientras yo escuchaba a Barry Brown, papá pudo curar mi herida y, milagro, no me había dolido.

El recuerdo del día de la bicicleta llega a mí en una sola dosis cuando me caigo de los tacones en el pasillo que lleva a los baños y me encuentro arrodillada ahí, sintiendo la rodilla raspada por el porrazo contra la tosca alfombra, la muñeca izquierda envuelta en un agudo dolor y el pasmo de estar despatarrada en el piso de un lugar súper pijo por culpa de esos malditos putos tacones de mierda. La rabia me golpea el pecho y no distingo si es por haberme caído o por haber recordado las palabras de mamá, la mirada herida de papá, lo mucho que me dolía recibir todo de él y luego perderlo hasta una nueva visita.

El sueño - Barry Brown 1 (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora