CAPÍTULO DIECIOCHO

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LA LLAMA QUE NACE EN EL NORTE





Los días habían pasado, pero Aren siquiera se había dado cuenta. El lobo no recordaba que había pasado desde la muerte de Ray en adelante y a decir verdad, no es como si le importara mucho tampoco.

Su padre había estado en Crena para buscarlo a él, por que necesitaba que vuelva al norte, ya que había asuntos que debía atender como próximo alfa heredero.

Aren había aceptado sin cuestionar, sin embargo cuando su padre le dijo que volverían en un portal, Aren se negó, diciendo que prefería volver en su forma de lobo y correr.

Aunque a su padre aquello le molestó, no se lo impidió, ya que se había dado cuenta de que realmente el muchacho necesitaba ese tiempo a solas.

Así que el lobo así lo había hecho, corrió y corrió sin parar, por días o semanas o meses, a decir verdad no tenía ni idea, siquiera paró a comer o a dormir o beber agua, él tenia simplemente la necesidad de sentir algo, aunque sea el dolor de sus músculos, algo que pudiera distraerlo de la agonía y desolación que había dejado Ray luego de su partida.

En algún momento había empezado a nevar, sin embargo Aren no se detenía, sentía que nada podía hacerlo, sus garras clavándose en la profundidad de la nieve, levantando la tierra que había debajo.

El lobo a menudo podía sentir el murmullo del viento en sus puntiagudas orejas, a veces sentía que la voz de Ray le susurraba cosas al oído, a veces parecía que podía verla dibujada en el viento, sin embargo, cada vez que se detenía a escuchar con atención o que agudizaba sus sentidos para saber si lo que veía era real, nada pasaba, lo único que escuchaba eran los simples sonidos de la naturaleza a su alrededor.

Luego de que aquello sucediera, Aren volvía a correr como si su vida dependiera de ello, corría por llegar a un lugar que a decir verdad odiaba.

En el norte las cosas eran distintas, no había un pueblo como en Crena, ni negocios pintorescos, ni gente sonriendo.

En el norte todo era frío y blanco, detrás de las montañas nevadas.

El castillo allí era de cristal, amplio y decorado con distintos tonos de azules, los ventanales llegando del piso hasta los techos que terminaban en puntas, sin embargo, a pesar de aquellas gloriosas construcciones, todo era oscuro y vacío y solitario.

Nada le recordaba al fuego que solía reflejarse en los oscuros ojos de su Ray en las noches, cuando la encontraba tiritando de frío por no prender el hogar debido al cansancio de trabajar todo el día.

Él debió hacer algo, el malditamente tendría que haber evitado que ella trabajara tanto, a ver hecho de sus últimos días más ligeros.

Como si hubieses sabido que iba a morir —susurró su inconsciente.

No, a decir verdad siquiera había imaginado la posibilidad de un mundo sin ella, de todas maneras aquello no lo hacia mejor, no lo hacía sentir menos culpable de lo que se sentía.

Por que la vida había seguido su curso, el mundo había seguido en movimiento como si nada hubiera pasado, sin embargo para él, el tiempo se había detenido cuando el corazón de Ray dejó de latir, cuando su mirada se perdió en el cielo, cuando él mismo Aren terminó por cerrar sus ojitos, que nunca más volverían a abrirse.

Desde que ella había muerto, las noches para Aren habían sido fatídicas, de todas maneras no es como si el lobo estuviera durmiendo mucho, pero cada vez que cerraba los ojos, cada vez que se proponía a descansar, el rostro de ella y su mirada muerta se presentaban como una aparición que no dejaba de atormentarlo.

Mundos Ocultos [Gaia 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora