CAPÍTULO TREINTA Y UNO

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ESTOY VOLVIENDO A CASA










Keera no tenía idea de cuánto tiempo había pasado, y si tenia que ser sincera consigo misma, la mayoría de las veces le costaba siquiera recordar quién era, cuál era su propósito o si alguna vez había tenido uno.

Tenía ligeros vistazos de la vida que había tenido hacia quien sabe cuanto tiempo, la fiereza con la que había amado, los amigos que había hecho y en los peores días, recordaba a las personas que había perdido a lo largo del camino.

Había veces en las que gritaba frustrada, preguntándose cómo demonios había terminado allí, por que la vida le había pegado tan duro siempre, sin embargo, en sus leves momentos de lucidez, siquiera se reprochaba lo que había hecho, por que el estar donde se encontraba ahora, era el mayor acto de amor que había demostrado nunca.

De todas maneras, aquello sucedía contadas veces, porque Keera en realidad no tenia muchos momentos de lucidez, sino que la mayoría del tiempo estaba sumida en un mundo que siquiera reconocía, siendo la distracción de todos los vampiros en las montañas blancas.

«La puta del rey vampiro»

En eso la habían convertido, aquella bestia cruel se encargaba de humillarla de todas las maneras posibles, diciendo que había sido primero la puta del alfa Belial, para dejarlo e ir allí con él. Esa era solo una de las mentiras que contaba el rey para divertir a todo mundo, sin embargo ella no podía quejarse, o defenderse, o siquiera tener conciencia de lo que hacia, por que la mayoría del tiempo, Keera estaba bajo el dominio de los deseos de Alexey, el único vampiro que podía penetrar en las defensas de su mente.

Lo único que tenía que hacer aquel que había sido alguna vez su amigo, era evitar que ella se niegue a cualquier cosa que le dijeran, si le decían que tenia que ponerse de rodillas al lado del rey como si de una mascota se tratara, lo hacía, si tenía que besar el suelo por el que este caminaba, lo hacía, si tenía que sentarse en las rodillas de aquel cruel hombre y permitir que éste se alimentara de ella, lo hacía sin siquiera rechistar...

Era obligada a usar vestidos que apenas si llegaban a cubrir un poco su cuerpo, siempre con su espalda al descubierto para así mostrar aquel lugar donde habían una vez estado sus alas, ahora no habiendo más que dos muñones rojos y con la piel mal cicatrizada y que con el paso del tiempo se veían cada vez más grotescos.

La herida todavía dolía horrores, había veces en la que le costaba mantener el equilibrio debido a aquel peso faltante en su espalda.

Había veces que cuando Keera volvía en sí, lloraba por horas.

Cada noche la obligaban a presentarse en el salón donde se juntaban todos los vampiros a beber sangre y bailar, cada noche la obligaban a hacer cosas degradantes, sin embargo Keera parecía ver toda aquella vida en la distancia, cuando se observaba a sí misma no siendo más que un cascarón vacío.

No quedaba nada de la feroz guerrera que había sido alguna vez.

Sus huesos se marcaban como si fuera una segunda piel en su cuerpo, ya que si bien le daban comida regularmente, que el rey vampiro se alimentara por horas de ella y cada noche la dejara en un estado deplorable, no ayudaban mucho con su peso y su salud.

No iba a aguantar mucho si seguía de aquella manera, ahora era solo cuestión de tiempo que la muerte viniera a reclamarla.

No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que se encontraba allí, pero sabía que había sido mucho, menguando cualquiera que fueran sus esperanzas de que por fin la rescataran.

No es como si esperara que lo hicieran, sin embargo había sido tonta en creerlo, todos aquellos que conoció, deberían imaginar que ella ya había muerto.

Mundos Ocultos [Gaia 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora