EPÍLOGO

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SOMOS LIBRES AHORA














Belial estaba sentado sobre el verde césped en las extensiones libres que había en Crena, sintiendo la humedad de la hierba entre sus dedos, el olor floral que traía aquella brisa cálida golpeando su rostro, el sol dando de lleno en su piel, calentándola.

El lobo sentía una paz que pocas veces en su vida había sentido, o por lo menos a la que después de un tiempo se había desacostumbrado.

Veía a lo lejos jugar a Archie —en su forma de lobo— con Tyre, correteando sin parar más allá de la colina, siendo tan inseparables como el primer día.

El atardecer estaba llegando, sin embargo al estar en pleno verano el día seguía siendo caluroso en Crena, al igual que las noches.

Sus ojos se perdieron por unos instantes en el cielo, las pocas nubes que habían allí, pintándose de colores violetas, rosados y naranjas, era un espectáculo digno de ver.

El alfa sonrió con un poco de pesar, pensando que aquello era algo que le hubiese gustado pintar a Keera.

El recuerdo de ella hizo que nuevamente algo en su pecho se resienta con dolor, quitando aquel buen humor que llevaba.

Sin decir una sola palabra se puso de pie, caminando en silencio hacia aquel lugar que parecía traerla de vuelta.

El alfa recorrió los pasillos de su castillo, la gente que allí trabajaba dándole respetuosos saludos que él respondía con un simple asentimiento.

Llegó a su destino antes de lo que esperaba, el olor que la caracterizaba golpeándolo de lleno, haciéndolo que de inmediato lo respire con un suspiro resignado.

Miró a su alrededor con atención, era algo que él solía hacer, había veces en la que parecía que podía verla, que podía sentirla en aquella habitación.

Estaba todo tal cual como lo había dejado, no había siquiera permitido que entraran la gente de limpieza a aquella habitación, solo Judith —quien tenia su más entera confianza— podía entrar de vez en cuando a sacudir un poco el polvo.

Terminó caminando hacia el caballete que aún contenía una hoja en blanco en él, pasó uno de sus dedos por él, rememorando como ella solía pasar horas y horas pintando, la felicidad en su mirada cuando él le llevaba algún color difícil de lograr, nunca confesándole que mandaba a buscar esas pinturas para ella a miles de kilómetros de Crena. 

Belial podía recordar la pasión con la que Keera le hablaba de la pintura, aquella pasión que había heredado de su padre de corazón, Gavin.

Sonrió con tristeza, imaginando que seguramente ella estaba en un mejor lugar, que por fin había logrado descansar después de tanto.

Se dejó caer sentado en la cama de ella, sus codos apoyados en sus rodillas mientras se frotaba con fuerza los ojos, en un vago intento de ahuyentar la angustia que le recorría el cuerpo entero.

La extrañaba, extrañaba a Keera con cada célula de su cuerpo y le estaba costando demasiado dejarla ir, se negaba a dejar que ella se marchara, que su recuerdo fuera olvidado.

Él no podía permitirse eso, él no iba a permitirse que aquello pasara, se lo debía.

Le debía su vida a su fyring.

A menudo solía preguntarse por qué lo había salvado, por que ella había intercambiado sus vidas.

A menudo Belial solía preguntarse si Keera aún sentía algo por él cuando hizo aquello.

Mundos Ocultos [Gaia 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora