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-¿Todos listos? -preguntó mi padre; Uberto. 

-Sí -dijimos al unísono.

La verdad, yo no estaba para nada preparado, es decir, esto ya lo habíamos hecho en otras ocasiones, pero nunca sin razón alguna. Esperaba que todo saliese bien.

Mi padre nos repitió el plan: ir, atacar, secuestrar, huir y acabar. Parecía bastante sencillo.

Para esta misión solo iríamos Matías, Pablo (dos de los hombres del grupo)  y yo. Ellos van a por los padres y yo a por el hijo; genial.

Llegamos a la gran mansión de los Gressorio; la fiesta ya había comenzado hacía media hora, por lo que pudimos entrar sin problemas.

Todo estaba repleto de gente, alguna más conocida y otra menos. Ellas iban con vestidos y trajes de pantalón mientras que ellos llevaban esmoquin.

Que fiesta más aburrida, ¿solo saben beber?

Absolutamente todos bebían a excepción de un hombre de unos veinticinco años con el pelo largo y rizado a la altura de la mandíbula. Estaba sentado en una silla, apartado de todo y todos. Parecía estar en su mundo mientras golpeaba sus rodillas como si de un piano se tratase.

-Ese es Emilio, tu víctima -me susurró disimuladamente Pablo en el oído para después desaparecer entre la gente.

Emilio, ¿eh? interesante...

Se suponía que mi plan sería ganarme su atención y a la vez, su confianza, para así llevarlo al almacén abandonado en el que llevábamos siempre a nuestras víctimas.

Me acerqué a él con total naturalidad y me senté en la silla de al lado. Primero miró mis pies con asombro y luego desvió sus ojos hasta los míos. Hasta ahí todo bien, el problema fue cuando me sonrió. No sabría explicar qué fue lo que me pasó, pero una sensación extrañamente nueva invadió mi estómago.

¿Cómo alguien puede sonreír de esa forma y estar tan solo en una fiesta tan grande?

-Hola -le saludé tras tragarme aquella sensación, mientras le sonreía también.

-Hola, soy Emilio -me ofreció una mano y yo se la estreché.

-Yo Joaquín -dije soltándonos.

Había sentido algo con aquel roce, pero ¿el qué? No había sentido eso nunca. Decidí no darle importancia y ceñirme al plan, pero, ¿cómo puede ser que no me vea capaz de acabar con él?

-¿Qué haces aquí? La gente está allá -señaló con la cabeza a la multitud.

-No sé, no me gustan las fiestas así -me encogí de hombros.

-¿Y cómo te gustan? -me miró más interesado.

Creo que ya lo tengo en el bote.

-Más movidas, ¿cuánto llevan bebiendo? -pregunté con tanta naturalidad, que incluso me asustó. Ya no sabía quién tenía a quién a su merced.

-Toda la fiesta, ha sido entrar e ir a la barra a beber -rió.

Le seguí la risa.

-La gente es demasiado ruidosa cuando bebe -me quejé.

-¿Sabes dónde no hay ruido? -se giró hasta tenerme de cara.

Le observé levantando una ceja interesado.

-El jardín -me guiñó un ojo tendiéndome el brazo.

Acepté su gesto y caminamos entre la multitud hasta llegar a un espacio lleno de arbustos enormes, árboles, flores, bancos y hierba por todos lados.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora