Beber para no llorar

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Las palabras de Stan se quedaron rondando en mi cabeza, ahí, jodiendo mis pensamientos, arruinando mis ideas, confundiendo mis sentimientos. Fueron tantas cosas y a la vez tan pocas, tantos temas de importancia y a la vez ninguno que creyera importante. Me dijo algo que yo necesitaba oír, ¿pero era lo que yo quería?, no, es más, ¿realmente necesitaba oír eso?

El día avanzó, pero no lo sentí así, no iba junto a él, seguía cautivo de ese momento, de esa situación con Stan. Sus palabras fueron como una bala atravesando un pedazo de madera, pero quedándose allí, atoradas, sin nada que las saque de ahí. Mi cabeza se hizo un desastre, y mi corazón estaba confundido, ¿debía odiar a Tweek, o debía alejarme de él nada más?, ¿debía rechazar la oferta de trabajo que acepté hoy mismo, o continuar con ella? El camino a tomar no era claro, y, aunque pareciera la mejor opción, no quería hablar eso con Red o Kenny aún.

El tiempo no fue mi amigo ese día, y el azar o el destino mucho menos. A la izquierda, a unos asientos, estaba Kyle, quien no se guardaba el rencor que sentía hacia mí por el puño que le asesté, dejando su odio en evidencia cada que lo volteaba a mirar. Un hecho curioso es que su asiento era el que había desaparecido, el que faltaba cuando llegué; ese por el cual armé la pelea. Mientras terminaba de hablar con Stan, él pasó al otro lado del pasillo y agarró el puesto, que estaba oculto tras un pilar. Fue él, esa sucia rata.

La clase fue insignificante y mediocre, con un docente perezoso y aburrido que no inspiraba a nada. Espera el momento en que el reloj dictara la orden de salir de la universidad, sólo quería ir a casa a descansar. Allí otra vez, o el azar o el destino obraron, tenía que hacer algo más. Recibí un mensaje, era de Tweek: "¿Craig, Tienes tiempo cuando salgas de la universidad?, mi papá quiere que firmes el contrato hoy, por favor, respóndeme cuando puedas." «Lo que me faltaba, maldita sea» dije en mi mente, mientras me agarraba la frente a modo de frustración. Como si lo que había pasado no fuera suficiente, ahora debía afrontar a Tweek, y peor, después de todas esas dudas que Stan plantó en mi cabeza. Decidí no responder en el momento, aunque podía hacerlo. No quería pensar más, necesitaba descansar la cabeza.

En medio de los sentimientos y las dudas llegó ese satisfactorio momento en que acabó la jornada, éramos libre por fin... bueno, mis amigos lo eran. Ese día terminé con pocas palabras, sin ánimos. No quise hablar con nadie, tampoco estar con nadie. Me iría a casa sólo, pero no sin antes limpiar mi cabeza. Sólo había una forma que se me ocurría para estar más tranquilo conmigo mismo, era hora de recurrir a eso.

Salí del salón antes que mis amigos, y nuevamente me fui por las escaleras de emergencia, sin que nadie me viera. Al llegar al primer piso me encontré con la multitud, una multitud avasalladora de estudiantes. Unos cambiaban de clase, otros iban a almorzar, y algunos como yo íbamos de salida, a hacer lo que fuese. En mi caso tenía un rumbo claro, uno lejano de tantas alegrías y bullicio. Caminé en medio de la gente, pasando desapercibido, en busca de un elixir que curara mis dudas y saciara mis necesidades, un brebaje mundano que hiciera de este sentimiento tan extraño algo manejable. Buscaba de ese viejo amigo, de la botella opaca con contenido amargo. Buscaba licor.

Había un bar a unas cuadras de la universidad, no era muy caro, y sería ideal para no alejarme mucho al momento de tomar el bus de regreso a casa. Así fue, caminé hacia ese lugar colorido y fiestero, con una gran barra de madera al fondo donde ahogaría mis penas, y con mil variantes de cosas para embriagarme. Ya dentro de ese lugar, y en medio de miradas esquivas me abrí paso hacia la barra.

—Deme una cerveza, una fuerte, por favor —pedí, sentándome sobre un sillón frio.

—Cómo usted diga, señor.

El tendero se dio la vuelta, y con elegancia sacó una botella de la nevera tras de él. Rápidamente, apoyado con un destapador, quitó la tapa y me pasó la botella que aún tenía marcas del frio de la nevera en ella. Di un primer sorbo, dos, tres, cuatro también. La acabé y pedí otra, y otra más. ¿Cuántas fueron en total?, no lo recuerdo, perdí la cuenta en la cuarta. Luego de eso, recuerdo ir en el bus de regreso a casa, dormido contra la ventana del bus, babeando como un imbécil. Después de eso estaba entrando a mi casa, fallando al intentar meter la llave en la ranura del picaporte. No recuerdo mucho lo que siguió. Entré, eso seguro, y subí a mi habitación, después estaba en mi baño, vomitando en el inodoro, sintiéndome como la persona más repugnante e insignificante del mundo. Luego de sacarlo todo me levanté y me miré al espejo. «Eres una vergüenza Tucker, mira como terminaste» oí en mi cabeza. Mi subconsciente me lo decía, daba asco, era lamentable mi estado. «Tú vales más que esto...».

Al final terminé así, sin responderle a Tweek por la pregunta del contrato. Caí dormido en cama, y allí estuve hasta que alguien me despertó. No fue mi mamá, tampoco papá. Tricia estaba en lo suyo, tampoco fue ella. Fue una llamada, la cual tenía un remitente claro Tweek. La decliné, pero ante la insistencia de una segunda llamada tuve que responder.

—¿Siempre tienes que rechazar la primera? —preguntó él.

—Lo siento, estaba durmiendo.

—Oh, ¿ya estás en casa?, ¿cómo te fue hoy, estás bien?

—Me siento del asco, Tweek. Disculpa, no puedo ir.

—Da igual yo hablo con mi papá. ¿Tienes algo, te oigo raro? ¿Qué pasó?

—Nada, sólo quería sentirme menos mal conmigo mismo.

—¿Quieres que vaya?

—¿Qué?, no, no realmente. Ahora quiero estar sólo.

—¿Estás seguro?

­—Sí... Tweek, mañana te hablo y podemos mirar lo del contrato, hoy no tengo ganas. Tengo una migraña horrible.

—Está bien, y mejórate, aunque eso no suena a una migraña.

—Gracias, buena tarde.

Una llamada corta terminada, el celular a la mierda y mi cabeza sobre la almohada. Que horrible se siente después de emborracharse.

Él es Tweek Tweak, y es mi novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora