Capítulo 36 . Parada técnica.

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Retumbos y lluvia matutina.

Lluvia matutina y retumbos fueron la despedida del grupo que dejaba su pueblo.

Salvo Nandayure y algún otro en la comitiva, todos tenían una ascendencia de quién sabe cuántas generaciones, nacidas y enteradas ahí.

En hilera como cargadas como hormigas, dijeron un último adiós a quienes se quedaban y a su pueblo. Sin embargo, la carga más pesada no era aquella que llevaban en mantas tejidas acomodadas de diversas formas en espaldas, en caderas y hasta en cabezas.  La carga más grande era un sentimiento de derrota y de incertidumbre que llevaban con ellos. TipoTaniye pensó que él no, él sólo llevaba la derrota, pues el camino que recorrerían le había sido revelado muchas veces.  Le creían y en él confiaban, pero no era lo mismo que haberlo “visto”  como en su caso, y probablemente en el de Tosteye.

La serpiente del camino les llevó rápidamente a lo alto de una pequeña loma e instintivamente todos miraron atrás. Era el último punto donde habría una visión clara del pueblo allá a la distancia.  Atrás quedaron las despedidas, rápidas y directas, como dictaba su carácter, pero no exenta de alguna lágrima y algún suspiro.  Pero muchos de los que ahora veían atrás se alegraban de que la lluviecita pertinaz bajase por sus cabellos y sus rostros de manera que disimulara sus lágrimas.  ¡ Y lucía allá el pueblo tan desolado!. Menos volutas de humo se elevaban de los palenques, ningún niño correteaba por la plaza ni por las callejas, el palenque de las artesanías desprovisto de ajetreo, nadie pescando en el río….

Un aullido lastimero sobresaltó a todos.  Era Negrito, el enorme can se unía al sentimiento general y en lo más alto de la loma se despedía a su manera y demostraba más claramente las emociones que la comitiva no osaba, para no desanimarse más, ¡ carajo ! . Algunos niños se vieron arrastrados por la demostración del animal, a quién tantas veces cabalgaron arriba y abajo del pueblo, o tiraron de su cola, o hasta le arrebataron un hueso entre la algarabía. Y el siempre alegre, siempre tolerando sus juegos, y meneando el rabo al verlos. Verlo ahora aullando a una luna inexistente llevó a muchos de ellos al llanto.

De los adultos, algunos tal vez dudaron en aquel momento de su decisión, pero siempre les fue enseñado que debían pensar muy bien ciertas cosas, pero una vez decididas, se hacían sin más dilación.

TipoTaniye que encabezaba la expedición, siguió caminando y poco a poco, cabizbajos, y a un ritmo más lento de lo normal, los demás le siguieron, según entendían, nunca más sus pies hoyarían sus tierras, así que la verdad, no había mayor prisa…

Tosteye cerraba la marcha y aunque no era su pueblo, sus emociones eran tal vez más fuertes, pues el destino lo alejó del suyo, y pensaba si no estaría evadiendo una responsabilidad similar al no haber apurado más su ordenación y regreso. ¿ Quién estaría guiando a su gente ahora en la huida ? ¿ Cómo habría sido todo para ellos ? ¿ Cuántos se quedarían y cuántos se irían ? ¿ Quién les apremió como lo hizo acá la Gran Tiri, a salir con sus retumbos ?

Tras 20 kilómetros TipoTaniye y Tosteye dieron instrucciones a Tayel, para que siguieran, acamparan en un valle por todos conocido, pues se usaba como coto de caza, y siguieran rumbo Este al día siguiente.  Tayel era uno de los muchos hombres ya maduros que habían decido, no sin mucho meditar, y con mucho dolor, que se irían del pueblo. El liderazgo del joven Cacique no se acercaba al de su padre. Si este viviese, ellos se hubieran quedado sin dudar. 

TipoTaniye y Tosteye explicaron que debían cumplir con una ceremonia especial, y luego se reunirían todos para terminar juntos la travesía.  Nandayure quiso saber a dónde iban y se ofreció a acompañarlos, pero TipoTaniye y Tosteye le dijeron que era imposible, y que más bien ayudara a liderar las labores del campamento.

Tomaron pues ellos un camino diferente al resto de la tribu, que los llevó al conocido paraje de la Caverna Sagrada. 

Caía la noche y tras efectuar una versión abreviada del ritual de purificación, enrumbaron a la entrada.  La infusión, los collares de ajo …

Tendrá que bastar – dijo TipoTaniye.

Ignorados por los murciélagos avanzaron hasta la profunda galería que guardaba la piedra. En un par de momentos duró TipoTaniye cuál bifurcación debían tomar. La memoria de Tosteye, en cambio, era infalible, y TipoTaniye pensó en lo mucho que le había ayudado su compañero durante todo el proceso.

Finalmente tuvieron ante ellos la última galería, donde entraron seguidos por el batir de las. Un Tosteye titubeante miraba la esfera y luego a TipoTaniye.

Somos dignos, no hay de qué preocuparse – dijo TipoTaniye, lleno de convicción.

Como les había indicado Chorotegaye, tomaron la esfera y la sustituyeron por la que se habían turnado a cargar desde la aldea. La esfera principal, más pequeña, y más poderosa abultaría menos y pesaría menos, pero TipoTaniye sintió todo lo contrario. La envolvió con sumo cuidado, casi como quién envuelve a un niño y luego la colgó de su costado.

El regreso se les antojó más corto, y muy pronto estaban viendo la luna radiante.

No habían terminado de recoger sus bártulos cuando al unísono sintieron que algo no iba bien.

TipoTaniye se puso alerta y escudriñó las sombras alrededor del campamento.  Simultáneamente surgieron 6 figuras, las caras pintadas con los colores de la guerra y las manos empuñando cachiporras.

Eran huetares.

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