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Verde profundo, cubriéndolo todo.
Desde el suelo hasta la copa de los árboles, todo es verde.
Verde olivo, verde tierno, verde musgo. Hierbas altas y árboles gigantes. Los troncos cubiertos de musgo, por más verde.
El agua cantando en las quebradas y en los ríos. El agua cayendo del cielo. El agua en la niebla por las noches. Ngumuy Nequepio no había olvidado a este lugar. Incapaz de superar al verde, pero sí adornándolo el arco-iris completo de colores adornaba el fondo verde con sus flores, sus pajarillos, y en las tardes, los atardeceres en estallido allá sobre su mar tan querido.
Más de 7 lunas tenían de camino, casi siempre en ascenso, y ahora al fin empezaban a bajar hacia los valles que serían su nueva casa.
Los viejos resignados, los hombres y mujeres maduros melancólicos, y los niños, cansados de lamentaciones y llantos, eran ahora quienes consolaban a sus mayores, los más pequeños, y los ya crecidos, repitiendo las frases que tantas veces les habían dicho sus madres : “No llores que mañana sale el sol por el Este otra vez”.
Los niños veían despertarse su curiosidad, esta nueva tierra era tan diferente a la suya. Había mil animales y pájaros que no conocían, y dos mil plantas y árboles nuevos también.
Era tal la abundancia de agua, que dejaron la mayoría de la que cargaban y llevaron un mínimo que apenas de vez en cuando requerían reabastecer.
Una comitiva les recibió al enrumbarse al valle. La tribu hermana les esperaba hace tiempo y estaba al tanto de sus desgracias. Ellos también tenían una gran montaña de fuego, pero estaba dormida hacía tres generaciones.
Los primeros días acamparían en las afueras del pueblo, y poco a poco, conforme lo permitieran las faenas se construirían nuevos palenques. La Hermandad de las tribus hacía incuestionable la adopción que harían de ellos, pero desde un punto de vista práctico, los exiliados eran grupo donde predominaban las mujeres y los niños, mientras que eran recibidos por un pueblo con exceso de jóvenes hombres y muchos viejos. Era como si estuviese calculado…
TipoTaniye se sentía aún como un extraño aunque ya disfrutaba de las charlas con el viejo chamán del pueblo. Él había empezado a formar un sucesor pero una cabeza de agua se lo había llevado el invierno pasado, mientras pescaban el guapote, así que la llegada de otro chamán y con los conocimientos de TipoTaniye fue como un rejuvenecedor para el viejo.
Ante la visión de la esfera sus ojos se habían abierto exageradamente, y brillaba de satisfacción cuado TipoTaniye le dijo que suponía que el destino de la esfera había sido siempre este enclave en las montañas. Pronto la Cueva Sagrada en los riscos de las faldas de la montaña de fuego tendría dos esferas y no una.
En una ceremonia secreta el viejo y TipoTaniye colocaron la esfera cargada desde tan lejos bajo la protección de los espíritus de la cueva.
Fue a última hora de una tarde soleada, y cuando salieron de la cueva les saludó una luna creciente.
De pronto un retumbo que no se oía en el valle hacía 150 años volvió a llenar el aire nocturno.
La montaña de fuego estaba despertando y TipoTaniye esbozó una de sus ahora escazas sonrisas.
Eran bienvenidos.
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Amos de Esferas
Ficción históricaEn los tiempos de la conquista española de la América Latina, una tribu centroamericana resulta ser un sitio más del gran entramado mundial de "lugares sagrados" , que fueron visitados en tiempos remotos por extraterrestres. Un acólito quién debe gu...