Capítulo 7 . La princesa. Capítulo 8. Las Tortugas.

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Llovía a cántaros la mañana que llegaron los chorotegas.

Esa mañana llovía a cántaros, como si Tiri se solidarizara con las madres que perderían a sus hijos en batalla, y llorara con ellos.

La tribu de Nandayure , la princesa de ojos color de miel, era orgullosa y resistió hasta el final el asedio del imperio Chorotega. Hasta esa mañana.

Esa mañana un grupo especial escogido personalmente por el Gran Cacique, el Cacique de Caciques había entrado con las primeras luces del sol, y con la lluvia como aliado y había reducido en un abrir y cerrar de ojos al jefe enemigo, su familia, y su séquito cercano.

Aprovechando que en una mañana lluviosa como esa, la actividad tendía a atrasarse , y que el chaparrón disimulaba el escaso ruido que hacían, poco más de veinte hombres bajaron sigilosamente por atrás de la aldea e irrumpieron en el palenque principal, con sus lanzas y con sus cuchillos de obsidiana.

Nandayure contaba cinco años y – bendita Tiri – no tuvo que ver como su padre y hermanos, al resistirse , acabaron muertos.   Su madre se llevó incluso un guerrero chorotega consigo al otro mundo. La incursión evitó que la disputa territorial que contaba ya años terminara con menos sangre. Cayó el jefe, cayeron sus hijos mayores, cayó su segundo, y su tercero... 

La tribu conquistada, privada de todo liderazgo no tuvo ya fuerzas para resistir más.

El destino de Nandayure hubiese sido distinto, probablemente una muchacha de segunda categoría, dedicada a servir a las esposas del Cacique Chorotega.  Pero como parte del grupo que tomó la aldea iba Takamaro , el Cacique del pueblo que vivía entre el lago y la Gran Tiri. Y su mujer ansiaba un niño o una niña, y los años pasaban y Tiri no los bendecía.  Takamaro sumó 1 + 1 y el resultado, asombrosamente fue mayor del que las matemáticas le indicaban.

Nandayure fue criada casi con la misma categoría de una princesa, aunque siempre recordó y nadie pretendió que fuera de otra forma, a sus padres y a sus hermanos caídos.  También vino a vivir al pueblo de la Gran Tiri un joven huérfano cuya situación en el rediseño de la tribu conquistada podría ser difícil. No mostraba una mala actitud y lo más importante, hablaba chorotega. Al parecer su padre era comerciante y los primeros años Maleku lo había acompañado en sus frecuentes negociaciones con los chorotegas y huetares. Así que básicamente hablaba tres idiomas. Takamaro pensó que facilitaría la adaptación de la niña a su nueva vida, y que se podría enseñar un buen oficio a un joven inteligente como aquel.

Lo primero que tradujo Maleku para Nandayure fue : No debes tener miedo. No te haremos daño. Te queremos y serás una de nosotros.

Con los años, llevada en algún momento a hablar del tema de su origen externo al Imperio, Nandayure explicaba que había aceptado la derrota de su tribu, y que mejor a manos de los chorotegas que de otras tribus del Norte que también codiciaban sus territorios. Se sabía de batallas donde se sacrificaba a los dioses a la población entera. Y luego quemaban lo que quedaba ...

 El pueblo de la chorotega la había acogido como una hija más y ella había sido educada para entender algunos aspectos inevitables de las guerras.

La competencia por los recursos era resuelta de forma brutal, las tribus pequeñas, que no se habían agrupado bajo algún imperio, sólo sobrevivían en lo más profundo de las selvas.

El orden se estableció y los conquistados pasaron a engrosar el imperio chorotega.  A vivir entre el lago y la Gran Tiri trajeron a la hermosa niña, y TipoTaniye, apenas unos años mayor que ella, recordaba claramente el día que la vio por primera vez, vestida con galas, adorada por su padre y madre adoptivos, alegre y decidida, queriendo siempre participar de las actividades de los hombres.  Sólo en ocasiones era posible descubrir una melancolía en su mirar.  Ni su mejor amigo TipoTaniye sabría nunca que muchas veces por la noche la niña pedía a la muerte que se la llevara.  Deseaba re-encontrarse con su familia, los extrañaba cada día y el tiempo, que debía ser la medicina parecía no funcionar. Si no había intentado quitarse la vida, era porque en su corta vida le habían inculcado el amor por la vida que sólo los pueblos en estrecho contacto con la Naturaleza pueden sentir. No, no sería ella quién deshonrara las memorias de los ancestros, cuyos espíritus aún perduraban en la niebla que se acumulaba en las mañanas en la cañada, cuyas fuerzas vitales alimentaban ahora los árboles de los que tomaban sustento, cuyos empeños habían hecho posible la existencia de sus padres y de los padres de ellos.  La sostenía con vida esa filosofía y también una cita con un Destino que había soñado para ella, la última de su orgullosa casa real, un Destino que ansiaba y temía a la vez.

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