Ecos - 10

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María Luisa era una señora de cuarenta y pocos años, había perdido a su marido en un accidente de tránsito y no tenía hijos. Vivía sola en el mismo departamento en que trabajaba, en la calle Gurruchaga del barrio de Palermo. Eso era todo lo que yo conocía de su vida personal.

Había llegado a ella a través de la recomendación de un compañero del ballet, que, además, era uno de los pocos con los que mantenía algo próximo a una amistad. A él lo había ayudado a lidiar con su sexualidad y a asumirla hasta el grado de que dejara de ser un tormento.

Un día, en que salió el tema de las batallas que yo estaba teniendo con el mismo asunto, me insistió para que iniciara terapia y me recomendó intentarlo con quien tanto lo había hecho progresar en esa materia.

Demoré bastante tiempo en decidirme, me habían educado para pensar que solamente los locos precisan de ese tipo de ayuda. Sin embargo, había acabado de conocer a quien sería mi primer pareja, Julián, y eso había sumado más dilemas a mi existencia. Ya no sabía cómo manejar solo todo lo que me estaba pasando.

La primera vez que la vi, me llamó la atención su fisonomía. Cabello largo, suelto y platinado por incipientes canas, generosos ojos color cobre, complexión muy delgada. Coloridas ropas de gaza, holgadas, tipo hindú; un llamativo colgante multicolor que más adelante descubriría que era un dije que representa a los siete chacras. Ni una gota de maquillaje en todo el rostro.

En principio, las sesiones se limitaban a mi principal preocupación y el tema que me había llevado hasta allí; aunque para abordarlo recorríamos todo el camino que había transitado hasta ese momento, desde mi primera infancia hasta lo que era mi presente.

Después del primer año, mi relación de pareja se había ido haciendo más y más problemática y pasó a ocupar la mayor parte de nuestras conversaciones. Hasta que comenzaron a ocurrir las pesadillas. Y a hacerse recurrentes. Entonces, empezó a hablarme de la terapia de hipnosis. Hasta ese instante, sólo había escuchado que se hiciera ese tipo de prácticas en espectáculos de circo, por lo que me negué de lleno. De vez en cuando, ella volvía a sugerirlo y yo a decir que no. Mientras tanto, había estado informándome sobre el asunto, pero nunca había llegado a convencerme de que podía ser un camino para encontrar la solución a mis temores. Eso, hasta esas últimas semanas, en que me ocurrieron todas las cosas que ya mencioné y que provocaron que llegara a un punto límite.

Ya no encontraba respuestas en ningún otro lado.


Desde el sofá, la observé verificar que la cinta dentro del grabador estuviera virgen y después acomodarlo en el borde de la mesa auxiliar, en el punto más próximo a mí. Me sonrió y me preguntó si estaba listo. Respondí afirmativamente. Me pidió que cerrara los ojos y que centrara el pensamiento únicamente en mi respiración.

—Cada vez que exhalo, siento que voy liberándome de todas las preocupaciones. Todas las tensiones, toda las ansiedades que tengo acumuladas en el cuerpo se van yendo con el aire —dijo.

Fue repitiendo eso mismo cada vez que vaciaba mis pulmones. Luego de unos minutos, me pidió que visualizara cómo cada uno de mis músculos se iban ablandando.

—Empezamos por el extremo de la cabeza, vamos siguiendo por el rostro, liberamos la mandíbula. Continuamos con la relajación de los músculos del cuelo, el trapecio, los hombros, el pecho, la espalda; seguimos por cada fibra hasta llegar a la punta de los dedos de los pies.

Yo obedecía cada cosa que me decía, e iba sintiendo cómo mi cuerpo, poco a poco, se iba liberando de su propio peso.

—Ahora —siguió—, vamos a encontrar una luz que brilla intensamente en mi cabeza, dentro de mí. Esa luz se va extendiendo por cada una de mis células, como una onda que se mueve hacia mis extremidades; barriendo cualquier tensión que todavía quede en mi sistema. Limpio mis órganos, todo mi organismo de cada mínimo indicio de ella. Siento el cuerpo completamente envuelto por esa luz, que me va elevando y me lleva hasta otro tiempo; hacia mi pasado, hasta cuando comencé a cargar todo aquello de lo que preciso liberarme.

POR VOS MUERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora