Otros Tiempos - 4

57 16 4
                                    


Rocco se encontraba fumando uno de sus cigarrillos importados apoyado en la puerta del conventillo, mientras vigilaba los movimientos del barrio. Se repetía a sí mismo que siempre había que estar atento a las actividades de los demás vecinos porque nunca se sabía cuando podía surgir una buena oportunidad para sus intereses.

De pronto, un reluciente coche negro tirado por dos caballo de pura sangre, giró en la esquina y llamó su atención. Se incorporó para mirarlo más detenidamente. Debía saber hacia dónde se dirigía semejante carruaje para después tratar de obtener mayores detalles sobre sus ocupantes.

El vehículo se detuvo justo frente a él y sus ojos se abrieron de un tamaño inhumano al ver surgir de dentro al miserable y andrajoso de su paisano.

—No voy a demorar mucho —le dijo Giancarlo al cochero, quien apenas respondió inclinando su cabeza.

Rocco se abalanzó sobre el recién llegado.

—¿De dónde has sacado ese coche? —inquirió en el idioma natal de ambos.

—Es de una pareja que quiere contratar mi trabajo —respondió el otro, sin detenerse ni prestarle demasiada atención.

—¿Qué trabajo? ¿Esos dibujos que realizas?

—Son pinturas, no son dibujos... Sí, esos mismos.

Mientras Giancarlo cruzaba el patio central del conventillo y subía de dos en dos los escalones de la crujiente escalera en dirección a su pieza en el piso superior, el otro no le perdía pisada.

—¿Y traerás aquí a esas personas? ¿Me las presentarás?

—No, paisano; yo iré a trabajar al domicilio de ellos.

—Podría acompañarte y ayudarte en lo que precises.

Giancarlo detuvo su andar acelerado al adivinar las intenciones del otro. Lo miró algo desafiante directo a los ojos.

—No preciso asistente, gracias. Además, no trabajaremos en la ciudad.

Su interlocutor se quedó sopesando la respuesta, no reaccionó de inmediato, por lo que el artista aprovechó para abrir la puerta de su cuarto y comenzar a pensar en cómo llevarse todo lo que allí tenía. La verdad es que no era mucho; sin tomar en cuenta sus elementos de trabajo, poseía apenas dos cambios de ropa, además de las prendas que llevaba puestas y un rosario de madera que le había regalado sor Pietà el día en que se marchó del orfanato. Giancarlo no creía en Dios; desde chico se había dicho que si realmente hubiera existido uno, no hubiese permitido que tantos niños fueran abandonados por sus padres. Además, qué tipo de dios tenía a su servicio a gente tan mala como los curas y las monjas que había conocido. No era por eso que conservaba el rosario, sino porque la religiosa que se lo había regalado era la única persona en el mundo que él consideraba casi como una familia. Al pensar en ella, se prometió que pronto le escribiría una carta, cuando tuviera el dinero para pagar el servicio postal.

Lo más trabajoso de llevarse serían los cuadros, los pinceles, las pinturas. El bolso de cuero que lo había acompañado en su travesía en barco apenas sería suficiente para unas pocas cosas.

Comenzó a guardar las cinco miserables ropas que poseía, se metió el rosario en el bolsillo del pantalón y seleccionó los elementos que llevaría consigo.

—¿Qué haces? —inquirió Rocco.

—Guardo mis cosas...

—¿Acaso te mudas?

—El tiempo que dure mi trabajo.

—¡¿Y te piensas ir sin avisarle a nadie adonde vas?! ¡Mal agradecido!

POR VOS MUERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora