—Juan Francisco...
—¿Sí? —respondió casi instintivamente, desde donde estaba recostado, con los ojos cerrados y sin siquiera moverse.
—¿Cuán frecuentemente usted piensa en Dios?
El sacerdote levantó su espalda de la grava y, apoyándose sobre sus codos, lo miró con curiosidad. Giancarlo le sostuvo la mirada, vacilante.
—Todo el tiempo —le respondió con una sonrisa asomando en sus labios—. ¿Por qué lo pregunta?
—Disculpe; por nada. No sé por qué pregunté tal cosa —evadió.
El religioso apretó la boca, pero sus ojos seguían sonriendo; entonces, sólo para cambiar de asunto, miró hacia el cielo y se desperezó sonoramente.
—¿Ya tiene hambre?
—No, realmente.
—Debe ser cerca del mediodía; el sol parece estar por alcanzar el cénit. Vayamos a almorzar, seguramente Herminia nos ha preparado algo delicioso. Después, me gustaría que me acompañara a un lugar muy especial.
Juan Francisco se puso de pie y sacudió con las manos los restos de pasto seco que habían quedado prendidos de su pantalón. Luego, extendió la derecha hacia el italiano y lo ayudó a incorporarse. Cuando ambos estuvieron en pie, le hizo un gesto con la cabeza, pidiéndole que caminara a su lado.
Se dirigieron hacia la casa principal.
A medida que avanzaban, parecía que cada uno había quedado en su propio mundo, con las miradas distraídas y sin prestar atención a los pasos que daban, a pesar de que sus pies desaparecían entre los altos pastizales silvestres y podían tropezar con cualquier cosa. Juan, que se había adelantado, se detuvo a esperar a Giancarlo que avanzaba más pausadamente y aún con algo de dificultad.
—¿Y usted, Giovanni? ¿Cree en Dios? —lanzó.
El italiano levantó la mirada desde el suelo y buscó los ojos del joven, aunque sin ninguna sorpresa, ya que había supuesto que su pregunta anterior daría lugar a tal interrogante.
Se detuvo cuando llegó junto a él.
—Cuando uno mira todo esto que nos rodea, cuesta no creer en alguien capaz de haber puesto cada pequeño detalle en el lugar en que está. Y todo es tan bello, que se tiende a pensar que quien lo hiciera, puso su mayor dedicación y amor. Sin embargo, todos los años que he vivido hasta hoy, me han llevado a pensar lo contrario —pensó un instante y la emoción asomó por sus ojos—. No puedo decir que he tenido muchos momentos de felicidad a lo largo de mi vida, ni que conociera la bondad o el amor de mis "hermanos" durante todo ese tiempo; muy por el contrario, las peores desdichas las padecí en la que supuestamente era la casa de Dios.
Se volvió para contemplar la bastedad de la llanura, aunque en verdad era un intento por contener o disimular las lágrimas de frustración que lo asaltaban cada vez que pensaba en ello.
Juan Francisco había quedado en silencio, mirándolo con los ojos llenos de compasión, intentando interpretar las palabras que había escuchado, más allá de su propio significado. Sabía que no podía decir nada para contrarrestar lo que el otro sentía; él mismo se veía identificado con la tristeza perenne que acunaban los ojos de su supuesto cuñado.
—Cuando le pregunté sobre Dios, hace un rato —continuó el italiano—. Lo hice tratando de entender.
—¿Qué necesita entender?
—Qué hago aquí. Cómo es que fui a parar a la sombra de ese sauce. Cómo termina uno conociendo a la gente que el camino nos pone por delante. Qué me espera a partir de hoy. Pero no se me ocurrió ni una sola respuesta para esas y otras tantas preguntas que me venían a la mente. Entonces, supuse que para un creyente debían surgir con mayor simplicidad, más aún para un cura, que supongo yo que encontrará en Dios la razón para cada cosa que sucede.
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POR VOS MUERO
RomanceMartín tiene pesadillas y sueños recurrentes. Sueña con cosas y situaciones que desconoce. Pero, sobre todo, se repite la figura de un hombre, que siempre parece contemplarlo en cuanto duerme. No sabe quién es, nunca lo ha visto. Sin embargo, siente...