Demoró algunos días más de lo previsto, pero finalmente llegó el momento en que el médico decidió otorgarle el alta a Giancarlo, que sentía que ya hacía varias jornadas que se encontraba suficientemente recuperado como para abandonar el hospital.
Ese mediodía, Juan Francisco llegó acompañado por otro hombre que el italiano nunca había visto y que le resultó mucho más gentil y menos arrogante que el tal Ernesto que se había presentado varias jornadas atrás.
—Giovanni, le presento a Ramón, uno de los capataces de la estancia de mis padres y un buen amigo. Ramón, el señor es Giovanni Gaetano Durando di San Marco, esposo de mi hermana Teresa.
El tímido hombre inclinó su cabeza y Giancarlo estiró con torpeza la mano para saludarlo, cargado de la incomodidad que le provocó el escuchar todos esos nombres que no le pertenecían.
Ramón, que vestía humildes prendas gauchas y tenía la tez agrietada y oscurecida por demasiada exposición al sol, dudó al ver la mano extendida hacia él y miró consultando al sacerdote antes de estrecharla. Éste lo animó a que lo hiciera y entonces Giancarlo sintió el contacto de una piel áspera y seca que hablaba de arduas jornadas de intenso trabajo en el campo.
—Un gusto, señor... —Ramón dudó, al no recordar tantos nombres.
—Puede llamarme Giovanni, simplemente.
—Señor Giovanni —repitió.
—Preferí que me acompañara Ramón, que es de mi absoluta confianza, para que se sintiera usted más cómodo con su trato. Gracias a Dios, el chófer de la familia había llevado a mi madre al pueblo y no hubo que recurrir a él —intervino el cura.
—¿Acaso no estamos en el pueblo? —quiso saber Giancarlo.
—Estamos cerca de un pueblo, que no es el más próximo a la estancia ni al que mi madre suele visitar.
—¿Y cuánto tiempo de viaje hay hasta su casa?
—Medio día, aproximadamente.
Giancarlo se sorprendió por la gran distancia.
—¿Cómo hacía para recorrer tanto trecho cuando se marchaba tan tarde? Desconocía tal lejanía, si no le hubiese invitado a quedarse en esa cama —señaló el lecho que siempre había estado vacío—, o lo hubiese disuadido a no venir tan seguido.
—No se preocupe, estaba parando en una pensión aquí cerca —rio.
El italiano permaneció un momento en silencio analizando esa respuesta, le extrañaba que alguien pudiera hacer tal cosa por un desconocido. Sonrió pensando que tal detalle teñía de mayor generosidad a las visitas del religioso. Éste supo leer la mirada que le dirigía el otro y pareció sonrojarse.
—¿Tenemos algo para llevar? —consultó Ramón.
—Me temo que no tengo equipaje —se disculpó Giancarlo—. Apenas lo que traía puesto la noche del accidente, que está en esa pequeña bolsa.
El capataz se acercó hasta la cama para tomarla.
—Está bien, Ramón, no se preocupe. Yo lo llevaré —intentó detenerlo el artista.
—Y en cuanto a sus pertenencias, Giovanni, no debe preocuparse; todo lo material se recupera, lo importante es que se encuentra usted vivo —lo animó Juan Francisco, a lo que el otro agradeció con una sonrisa intranquila.
El camino hasta la estancia resultó mucho más largo y agotador de lo que había anticipado. Dentro del carruaje, el espacio estaba bastante oscuro y hacía mucho calor. El polvo seco del camino se levantaba con el paso de los caballos y permanecía suspendido formando un ambiente velado y un tanto asfixiante. El mal estado de las huellas de tierra por las que transitaban provocaba sacudidas repentinas, que los dos ocupantes de la tosca cabina no tenían cómo anticipar y terminaban con sus cuerpos zarandeados de un lado a otro. Giancarlo observó con disimulo al religioso, que estaba sentado frente a él y casi no había pronunciado palabra en todo el trayecto. Miraba distraído hacia el campo a través del hueco cuadrado de la puerta de madera, donde había corrido una pesada cortina, que venía a reemplazar a los vidrios faltantes.
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POR VOS MUERO
RomanceMartín tiene pesadillas y sueños recurrentes. Sueña con cosas y situaciones que desconoce. Pero, sobre todo, se repite la figura de un hombre, que siempre parece contemplarlo en cuanto duerme. No sabe quién es, nunca lo ha visto. Sin embargo, siente...