Fantasma [ Lang QianQiu x Qi Rong]

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—Duerme —ordenó Lang QianQiu al pequeño.

El niño lo vio, mudo, desde la cama, sin asentir ni negar, ni obedecer ni protestar, muñeco limitado a hacer lo suficiente para no causar problemas. Nada más.

Lang QianQiu cerró el libro de cuentos infantiles, se levantó de la silla dispuesta al lado del lecho y dio la media vuelta, apagando las velas.

Fuera de la habitación, una de las tantas en su recién reconstruido palacio, una de las pocas ocupadas y la única empleada para un niño humano; desesperado, miró el suelo.

Hacia un año que GuZi estaba en ese estado.

Su salud mejoró, su cuerpo infantil y resistente se repuso, ganó peso, recuperó un tono rozado en las mejillas, pero sus ojos continuaron vacíos, el alma ausente y la voz —grabada en su memoria rogándole no matar a su falso padre— sellada.

No es mi responsabilidad, se dijo Lang QianQiu. El chiquillo no era nada de él, sólo se trataba de una víctima de Qi Rong y si bien aceptó hacerse cargo por piedad, no tenía ninguna obligación de, personalmente, procurarlo al grado de correr al reino mortal a buscar juguetes y cuentos. Su único lazo era el maldito fantasma... ¡Ý no lo abandonaría a su suerte, limitándose a cuidar de su bienestar físico!

Impotente, apretó puños.

¡Lo había intentado todo!

Todo, excepto...

Gruñó, furioso. En la presión de la mandíbula liberó parte de su frustración. Sonrió derrotado.

Excepto...

GuZi se acurrucó en posición fetal, refugiado contra la pared. Sin su madre, sin su padre, sin aquel "padre", estaba solo en este mundo, y sabía lo que significaba. Lo vio muchas veces con los niños agazapados en una esquina del pueblo, invisibles hasta desaparecer.

Tantas noches despertó aterrado, rogando a los cielos no esfumarse de ese modo, que sus padres no lo dejaran, y repentinamente pasó por más que se aferró a los dos, a uno, luego a otro.

Estaba solo.

Pedazos de su temerosa alma le rodaron por las mejillas, humedeciendo la almohada y las sábanas.

Estoy solo.

—Tú —una voz ronca resonó en la penumbra—... ¡¿ESTÁS LLORANDO?! —y se convirtió en una estruendosa pregunta seguida de una escandalosa risa burlona—, ¡¿LLORAS CUANDO TU GRANDIOSO PADRE REGRESA?! —una luz verde iluminó las sombras.

GuZi se giró y saltó de la cama, encontrándose con una llama flotante del tamaño de su cabeza. La voz provenía de ella.

—¡DEJA DE LLORAR, TU GRANDIOSO PADRE VOLVERÁ A SER TAN... —se aclaró la garganta en corrección— MÁS PODEROSO QUE ANTE...!

—¡Te saque para que hablaras con el niño, no para hacer planes por tu cuenta...! —lo interrumpió Lang QianQiu, entrando a la habitación, airado y al borde del arrepentimiento.

La expresión aterrorizada de GuZi, corriendo a hacer de escudo de la llama, revivió los recuerdos de un año atrás y de su propia experiencia como hijo. Lang QianQiu endureció el corazón. El dolor de la perdida y la soledad en los ojos del pequeño le eran conocidos...

—¡... Porque te ayudaré a regresar...! —negó— ¡... a ser más poderoso que antes! —retomó el hilo inicial.

Tras un instante de incredulidad, la esperanza y la vida renacieron en los ojos de GuZi.

Hizo una promesa contraria a lo divino y, aun así, al reír el niño humano y el fantasma desquiciado, dentro del templo de un dios (su templo), supo que esa era la definición perfecta de "cielo". La risa llena de vitalidad, de dicha y fe, era la razón de la existencia de los oficiales celestiales, de los dioses... o, al menos, sería la suya.

Festival de 31 BendicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora