Abanico [ Liu QingGe x Jiang Cheng ]

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«Quien atrape el abanico atrapará tu hilo rojo del destino», eso le dijo la rara adivina, segura de pagar la "bondad del corazón de Liu QingGe", en ese entonces un aprendiz de Cumbre Bai Zhan, al salvarla de un yao, con el "invaluable tesoro de su predicción". Para Liu QingGe, quien ni la notó al cargar contra el yao, la adivina y la predicción fueron lo de menos, la vista puesta en perfeccionar sus habilidades de combate, y relegó las palabras a una esquina de su mente. Lo hizo hasta que conoció a Shen QingQiu y su detestable modo de sostener los abanicos. Desagrado que mutó en corriente dulce de cosquillas cálidas.

«Parece un perro al que le avientan una rama y corre tras ella para devolverla a su dueño meneando la cola», escuchó decir a un cultivador de otra secta, refiriéndose a los abanicos de Shen QingQiu y a él.

¿El saldo del atrevimiento?, un edificio y una cara destruidos.

Su molestia no fue por el insulto, fue porque comprendió que el hombre tenía razón y estaba avergonzado de admitirlo, y de admitir que no tenía oportunidad.

La adivina le mintió y él, ingenuamente, fingiendo que no, había albergado esperanzas...

En el techo del edificio más alto de la ciudad, de espaldas a la luna, Liu QingGe observó el abanico. Shen QingQiu lo perdió de nuevo durante una misión, y él regresó a buscarlo. Al Señor de Cumbre Qing Jing parecía no importarle en particular dicho artículo, ni siquiera advirtió su ausencia y no lo haría hasta que estuviera de vuelta en sus manos, en la casa de bambú, donde tomaba el té con...

Era mejor precipitarse a olvidar las palabras de una estrafalaria adivina.

Levantó el abanico, le dedicó una mirada y lo lanzó con toda su fuerza hacia el horizonte.

El problema de las predicciones no es que no se cumplan, sino que, generalmente, desconocemos el momento en que lo hacen. Liu QingGe se aferró a creer en una posibilidad, atándose terco a ella, y al soltar su errada obstinación, el destino se permitió ser caprichoso.

—¡¿Quién fue el maldito?! —estalló una voz a la distancia. Después una figura morada y relampagueante se acercó a bordo de una espada, a toda velocidad, proveniente del punto en que cayó el abanico.

El hombre, dueño de un temperamento volátil, lo señalo y desplegó un látigo, arremetiendo:

—¡Te voy a partir las piernas! —el arma silbó al elevarse y precipitarse sobre su cabeza, apenas dándole tiempo a sacar la espada y bloquear.

—¡¿Quién eres para atacarme?! —rugió Liu QingGe.

El hombre retrajo el látigo, enrollándolo en la mano contraria, altanero y petulante.

—Jiang Cheng —se presentó—, líder de la secta Yunmeng Jiang —sacó de la parte trasera del cintillo, anudado a sus ropas moradas, el abanico de Shen QingQiu—, a quien atacaste con esta mierda.

Un repentino boom en su pecho lo hizo dar un paso hacia atrás, pisando una teja suelta, y resbaló de nalgas en la orilla del techo.

«Quien atrape el abanico atrapará tu hilo rojo del destino», recordó con claridad la voz de la adivina.

Por un segundo sorprendido, y al otro complacido por la reacción interpretada como miedo, Jiang Cheng alzó la comisura de su labio:

—¿Rogarás piedad?

Boom, boom.

El pecho de Liu QingGe estalló a sonoros y dolorosos latidos.

Boom, boom.

—Si suplicas tres veces consideraré no matarte —Jiang Cheng estiró a Zidian, su arma espiritual.

Boom, boom.

—¡Cállate! —vociferó Liu QingGe—, ¡hablas y mi corazón te salta encima queriendo desnudarte, demonio morado!

Jiang Cheng permaneció pasmado, en su sitio. Hubo al menos dos cosas mal en esa oración, y una fue tan desvergonzada que obligó a un par de gentes a asomarse por las ventanas de sus aposentos.

La vergüenza se apoderó del joven líder, desequilibrándolo de Sandu.

—¡Maldito pervertido! —vociferó, manteniéndose recto al emplear un movimiento nada elegante de cadera—, ¿cómo te atreves a deshonrar al líder de Yunmeng Jiang?

—¡¿Cómo te atreves tú, demonio de lujuria, a usar tus rastreros trucos en el Maestro de Cumbre Bai Zhan?!

—¿Qué yo qué...?

—¡Dame ese abanico!

Apretado el ceño, aturdido, Jiang Cheng se lo arrojó.

—¡No!, mejor quédatelo —cual, si de la guarda a la fuente y punta de las varillas fueran brazas ardientes, Liu QingGe se lo devolvió.

—¡Decídete, pervertido! —el país y las varillas crujieron en el puño del líder de Yunmeng Jiang, y el abanico volvió al Maestro de Cumbre Bai Zhan—, ¡y deja de aventarle cosas a la gente al azar! —rugió, más cansado que molesto. No tenía ganas de continuar discutiendo a la vista de tanta gente. Presuroso se retiró en dirección a la posada al límite de la ciudad, donde se hospedaba.

Solo, sosteniendo su pecho, Liu QingGe lo vio perderse a la distancia y se quedó ahí, hasta el amanecer.

Con el sol, raudo, montó a Cheng Luan y regresó a Montaña Cang Qiong, yendo a Cumbre Qing Jing. Sin anunciarse entró en la casa de bambú, ignorando el estado de los que compartían una cama.

Luo BingHe frunció el ceño y tapó a Shen QingQiu, Liu QingGe ignorando su intención asesina.

—Tú —señaló a al demonio celestial—, ¿cómo sabes si estás enamorado? —le tiró el abanico de su shizun, y aunque el acto podría malinterpretarse, el aprendiz entendió bien lo que sucedía.

Viendo la oportunidad perfecta de perder un rival, magnánimo, Luo BingHe se levantó del lecho en túnica interior y sostuvo los hombros de Liu QingGe:

—¿Quién es el desafortunado?

Shen QingQiu presenció confundido la peculiar escena de Liu QingGe aconsejado por Luo BingHe en temas del amor, una escena tan insólita que juró estar soñando, y se acomodó retomando el ciclo del sueño interrumpido.

No muy lejos de ahí, un intenso escalofrío aprensó a Jiang Cheng, camino a su reunión con Yue QingYu, el líder de la secta de Montaña Cang Qiong, el nuevo aliado de Yunmeng Jiang.

Festival de 31 BendicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora