Demonio [ HuaLian ]

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"El mundo se hace pequeño, Gege", dijo Hua Cheng, volando encima de los espectadores mortales, congregados al azar en el centro comercial.

Con una mano alzó en el aire a los agentes de negro que pretendieron acorralarlos, y los arrojó varios metros. La multitud prorrumpió en un ensordecedor alarido de terror, y una estampida se desató al estallar el pánico. La gente huyó del hombre, cuyas ropas modernas fueron sustituidas en una nube de mariposas por un traje rojo tradicional, adornado de tintineante plata.

Un maremoto de policías y militares entraron empujando a los civiles, posicionándose con armas de fuego señalando al objetivo.

El gobierno conocía la existencia de "criaturas sobrenaturales" hacia mucho. Pero, conforme la ciencia sustituyó a la fe y orilló a la extinción a las leyendas, dispersos a falta de creyentes, menos quedaron para saciar la retorcida curiosidad y avaricia humana. De no ser por los dos de ahí, existencias ligadas íntimamente —el dios que daba sentido al fantasma, el fantasma que dotaba de energía espiritual al dios—, las leyendas ya sólo serían eso, leyendas.

Por siglos, los gobiernos los cazaron, aprovechando la disminución de puntos ciegos, gracias a la tecnología, en los cuales pudieran moverse libres. Los soberbios mortales tentaban a lo desconocido ignorando el poder de lo que pretendían dominar.

Entendiendo la inutilidad de continuar ocultos, añorando serenidad para su esposo, Hua Cheng quiso revelarse a los humanos y obligarlos a guardar distancia.

—¡San Lang! —gritó Xie Lian desde el suelo, atrayendo la atención a su persona.

—Yo me encargó, Su Alteza —colocó una palma cerca del corazón e inclinó la cabeza hacia él, respetuoso, y enseguida...

—¡Soy Su Alteza, El Príncipe Heredero! —la atronadora voz de Xie Lian paralizó cada alma presente, expandiéndose a lo largo y ancho de la tierra entera— ¡Dios Emperador de los Cielos!, y es mi voluntad se arrodillen en este instante ante mi potestad —la figura blanca ascendió atravesando el domo de cristal del centro comercial, proyectando su rostro en todas las pantallas del mundo.

»Los he observado largo tiempo sin interferir, y hoy acaba mi silencio —proclamó, severo y solemne—. La humanidad ha perdido su rumbo de la nobleza y la dignidad, y lo haré retomarlo. A partir de ahora no toleraré ninguna falta de respeto en el reino mortal o inmortal. Significa —cerró un puño. Las armas de los agentes fueron comprimidas en bolas de metal—: que no apuntarán a mi esposo, el Rey Demonio, y serán prudentes —intimidante, apretó el ceño.

»Las quejas o preguntas estarán dirigidas a mí —pausó, imponiendo una calma de norte a sur, de este a oeste—. Organicen sus gobiernos entorno a mis templos. Tienen un mes.

Dictaminada la sentencia y orden, el llamado Rey Demonio y el Dios Emperador se esfumaron de la vista pública.

A las afueras de la ciudad, en una humilde casita, Xie Lian suspiró. Hua Cheng tenía razón. No quedaba espacio para mantenerse en secreto. Revelarse fue una acción desesperada y necesaria, aunque no tenía idea de las repercusiones de sus actos, ni cómo las enfrentaría.

El resto lo pensaré sobre la marcha, resolvió para sí. No es la primera vez que los mortales conocen a los inmortales tras olvidarlos. No es preocupante, sólo es el momento de resurgir.

Dioses desaparecen y aparecen nuevos, recordó, extrañando a sus amigos.

—Dianxia...

Xie Lian se giró despacio, las manos juntas en una disculpa.

—Perdona, no podía permitir que tomaras la responsabilidad —su disculpa no era una disculpa, era una explicación—. Siempre me has apoyado y protegido. Es mi turno de hacerlo.

Hua Cheng lo observó en silencio, y sonrió acercándose.

—El Rey Demonio soy yo, ¿no es así? —lo abrazó de la cintura.

—Sí, ¿por qué?

—Por dos cosas.

»La primera: declaraste que el Rey Demonio y el Dios Emperador están casados. Será un shock y quiero ver cuán locos van a volverse los conservadores...

Un detalle interesante.

—¿Y la segunda?

—Yo seré el Rey Demonio, pero tú —sujetó su mentón y se acercó a sus labios—, tú eres el verdadero demonio aquí —las palabras se perdieron en un beso lento y profundo.

Ver resuelto e inclemente al Dios, protegiéndolo, marcando su dominio, fue un flechazo que dejó sin aire, que de por si no necesitaba, al fantasma.

Xie Lian se anunció Dios a ojos humanos y se paró, delante de Hua Cheng, como sensual deidad demoniaca.

—Su Alteza, serás mi perdición por la eternidad —murmuró y lo llevó a la cama, a enloquecer entre las sabanas, mientras el mundo enloquecía, puesto de cabeza, allá afuera.

Festival de 31 BendicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora