Bendición

849 112 7
                                    


PASADO



Monte Muxi.



Wei Wuxian cerró sus ojos por unos instantes, girando su rostro al abrirlos para mirar a su esposo que dormía con expresión adolorida.

—Lan Zhan...

¿Cuántos días habían pasado desde que quedaran encerrados con la bestia? Parecían años ya. Al menos había tenido el gusto de patearle el trasero a Wen Chao. Ese hombre no tenía principios, incluso había intentado abusar de una de las cultivadoras, llamada Mianmian, que causó los celos de su amante. Wei Wuxian tenía una quemadura en el pecho que originalmente había sido para la joven cuando quisieron sacrificarla a la tortuga por órdenes de la celosa Wang Lingjiao y una herida en el brazo causada por una flecha mal dirigida de uno de los discípulos Lan. No estaban en las mejores condiciones. Lo que le consolaba era que Jiang Cheng y los demás habían conseguido huir para pedir ayuda. Si es que llegaban a tiempo.

A solas, sin nada qué comer o beber, no iban a durar mucho pese a que dominaran el Inedia. Sobre todo, Lan Wangji quien tenía su pierna malherida una vez más al pelear con esa gigantesca tortuga. La medicina que la joven Mianmian le diera en recompensa por salvarla ya se había terminado. Desposeídos de sus espadas, no tenían muchos recursos para enfrentarse a la bestia.

Si tan solo hubiera otra manera.

Recordó una noche en Receso de las Nubes, cuando aún era un estudiante rebelde y más necio, habían ayudado a Han guang-jun con unos cadáveres feroces llevados para que practicaran. La energía resentida de uno de ellos había tocado su mano. No como ataque, más bien como... como si estuviese buscando que la adoptara, a falta de una palabra mejor. Y Wei Ying creyó que podría hacerlo. Una locura total, como le dijera luego a su hermano Jiang Cheng. Esa memoria vino a él porque ahora no se lo pensaría si con ello salvaba a su esposo. Lan Wangji estaba resistiendo perfecto, su disciplina mental lo mantenía sereno sin gastar energía, pero incluso así estaba sufriendo.

—Wei Ying...

—¡Lan Zhan! —aquel se levantó, revisando su pierna— No te muevas.

—¿Has dormido?

—Sí, un poco.

—Mientes.

Lan Wuxian le sonrió. —De acuerdo, no he dormido, debemos salir de aquí, tú no vas a resistir y yo tampoco. Wen Chao no le dirá a su padre que nos quedamos atrapados, debe haberle dicho que la tortuga nos tragó o lo castigaría por abandonarnos antes de venir por nosotros, así que de esa parte no vendrán a rescatarnos. Queda solamente lo que te dije.

—Debemos salir.

—Pero, ¿cómo?

Han guang-jun negó, levantando su mirada hacia Wei Ying. Una mano suya tocó la mejilla que sintió inusualmente fría por el debilitamiento.

—Lo lograremos.

—Cuando dices cosas así, siempre las creo —sonrió Wei Ying, cubriendo esa mano con la propia.

—Estás intranquilo.

—Sí... no quiero perderte.

Se abrazaron para compartir calor, la fogata seguía ardiendo, tampoco tendrían mucha leña para mantenerla por tantos días y combatir la humedad. Len Wuxian estaba por quedarse dormido cuando escuchó un sonido brotar del pecho de su esposo, abriendo sus ojos al darse cuenta que estaba cantando. Alzó su rostro hacia él, sintiendo que su vista se nublaba por las lágrimas. Una canción de amor. Igual que hiciera en Receso de las Nubes, Lan Zhan siempre estaba haciendo todo de su parte para que estuviera bien, dejando su propio bienestar a un lado todo por mantener a su esposo tranquilo, amado y a salvo. Sonrió apenas, memorizando esa letra que siempre le acompañaría.

Los Dos DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora