El combate

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No tuviste piedad

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No tuviste piedad. Amenazaste con romper cada aurícula y ventrículo, asegurándote de arrancar hasta el último pedazo oxigenado. Y lo conseguiste.
Fuiste el varano retorcido que, desde la iniquidad más que por el hambre, contaminó toda célula existente, hasta la más pura y palpitante.
Y seguiste trepando, ávido de muerte, triturando mis huesos, vomitando insultos a cualquier fragmento que aún continuara en pie.
Por desgracia, nos ha tocado compartir espacio. Estamos obligados a entendernos, a soportarnos más bien. Te tuve y aún te tengo miedo. No puedo engañarme respecto a eso, no debo hacerlo.
Nos conocemos desde hace mucho, casi desde el principio de todo, y nunca me has dado tregua, nunca una caricia.
Forzados a vivir juntos, a tolerarnos pese al asco mutuo, al odio, condenados al infierno, seguimos adelante. Dormimos sobre el mismo lecho y nos nutrimos con la misma siembra. Uno al lado del otro, conectados hasta el palmario final.
Nunca creí que sanaríamos esta perpetua convivencia, mucho menos desde que te mandé callar por primera vez. Perplejo, te viste obligado a enmudecer y, aunque amenazaste con una sonora rabieta a través de tus enrojecidos ojos, obedeciste.
Las dos bestias convergen en este y otros puntos del camino. Por más que intenten evitarse, acaban siempre coincidiendo, ocupando el mismo espacio. Una fue dominante durante mucho tiempo mientras la otra acataba órdenes, silenciada y sumisa, algo que ha cambiado drásticamente. Fortalecida, ha exigido su parte, reclamando el territorio y la paz que se ha ganado a base de sudor y sangre.
Y ahora aquí, con las frentes perladas tras un combate infinito, me dispongo a que firmemos un manifiesto, el tratado que definitivamente marcará los límites; la fórmula para que ambos podamos circular en la misma dirección sin maltratar al otro.
No voy a decir que te derroté, que al fin me enfrenté a ti y que gané, pero haberte encarado ha supuesto un amanecer en casa, la apertura a un destino tan necesario como feliz. Puede que aún quede un buen trecho hasta mi objetivo, pero incluso en la distancia la veo, ahí a lo lejos está; ya casi puedo palpar la libertad.

Carta a mi otro yo.

Mis insolencias (Retratos y latidos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora