Se deslizan las gotas de lluvia por grietas y canales, mitigando el ruido de la ciudad con su compás agitado. Caen tan puras a la nada, bañando cada edificio con sublime humedad, que resulta casi trágico verlas avanzar por las aceras hasta su destino. El agujero las absorbe con total impudicia, masticándolas entre berridos de piedra, bailando al son de serpientes negras que sisean burlonas, con ácida gratuidad.
De nada sirve intervenir. Si no es el subsuelo, las matará el sol mañana cuando vuelva a salir de su letargo. O los vecinos con sus escobas, barriéndolas como si fueran basura.
Nada se puede hacer por la lluvia. Seguirá circulando por las calles, a expensas de lo que el mundo le tenga deparado. Nadie se percatará de su prístina belleza, de cuán necesario es su abrazo sobre flores y árboles. La gente sólo ve agua oscura anegando porches y garajes, mientras que yo dejo que me cale hasta los huesos.
Ya siento sus miradas, el escarnio que emplearán contra «la salvaje» que no se guarda del temporal; la que camina descalza sobre charcos y lleva el pelo y la cara completamente mojados. Yo sólo quiero contemplar el baile del aguacero llegando al más esquivo de los recovecos urbanos, y sentir después, cuando todos olviden su paso, cómo sigo formando parte de su torrente, ahogándome al fin entre sus aguas.
Alivia saber que hoy llueve tras los cristales y no sólo en mi corazón.
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Mis insolencias (Retratos y latidos)
PoetryEl mejor retrato de una persona se obtiene al atender a cada locura que surge de su boca, tal vez a base de imprecaciones y verbos con vida propia. A veces sólo basta con dejar que el individuo divague unos minutos, incluso es posible que las insole...