Aún recuerdo aquel atardecer, flama que a lo lejos refulgía cual motor ardiente universal. Aunque no era el sol quien ardía, sino yo. EL incendio se extendió consumiéndome por dentro, de pies a entrañas, besándome delirios y esquinas ignotas, así como la primavera cura el desastre invernal.
Fue conmovedor ver cómo derretías la escarcha y triturabas los carámbanos dolientes, fundiendo cada fragmento de hielo a tu paso de adorado contagio. Ni un ejército sirviéndose de las mejores armas hubiera logrado lo que tú hiciste.
Luego tomaste otro rumbo... «Son cosas que pasan», me repetía con intención mecánica. Sin embargo, durante un tiempo creí que el frío volvería a invadirme, que de nuevo un invierno gélido y atroz sellaría mi alma con paredes heladas más altas y rígidas que las de antaño.
Pero no pasó.Y es que, por suerte, algunos incendios son sanadores, eventos fugaces que surgen como un disparo a quemarropa, de esos que resuelven cualquier lance, por terrible y siniestro que sea. Nos empeñamos en avivar las llamas sin ser conscientes de cuán necesaria es esa efimeridad.
Hay personas destinadas a acompañarte a una parte concreta del trayecto; una parada de lo mágico que se diluye en el agua de los años como el residuo de un pincel usado. En cuanto se llega a la bifurcación pertinente hay que tomar el camino preciso, y ahí es cuando los incendios siguen su ruta para que otros puedan zanjar sus inviernos.
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Mis insolencias (Retratos y latidos)
PoetryEl mejor retrato de una persona se obtiene al atender a cada locura que surge de su boca, tal vez a base de imprecaciones y verbos con vida propia. A veces sólo basta con dejar que el individuo divague unos minutos, incluso es posible que las insole...