Anoche me llegó tu imagen entre las telas de la inconsciencia, mientras me debatía sobre un lecho de dudas, abrazada al tibio amparo de una promesa.
Creí que alguno de los dos rompería el silencio, que quizá era el momento oportuno para traer de vuelta al sol en un beso abrasador. Yo rogué ese beso, aunque no abrí la boca. Y morí un poco al comprobar que tus labios se abrían en una sonrisa tímida. Yo esperaba oír mi nombre, advertir en tu voz la señal de un estallido lumínico; la evidencia de tu reclamo.
No deja de sorprenderme esta ingenuidad febril, la misma que me quiebra el sueño con la precaria ilusión de hallarte bajo un circuito eterno de sábanas pesadas, prestas al contacto.
Y me pierdo en las laderas de la incertidumbre, creyendo atisbar, por tenue que sea, un chispazo en tus ojos, suficiente para que continúe el recorrido, incluso a sabiendas de que no estás aquí.
Anoche me llegó tu imagen entre las telas de la inconsciencia. Y te escribí un poema que jamás recitaré, pues no hay mejores versos que los que acaban guardados en un cajón.
Tu imagen nunca me habla. Se pasea por el cuarto incesante, como un fantasma curioso y risueño; una entidad fuera de mi condenado alcance mortal. Aun así, continúo mirándote, arrobada, aguantando la respiración por temor a que desaparezcas.
Resulta casi un alivio saber que algunas cosas son perfectas si sólo se sueñan; si sólo se admiran. Y qué feliz soy yo soñándote.
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Mis insolencias (Retratos y latidos)
PoezieEl mejor retrato de una persona se obtiene al atender a cada locura que surge de su boca, tal vez a base de imprecaciones y verbos con vida propia. A veces sólo basta con dejar que el individuo divague unos minutos, incluso es posible que las insole...