Llevo corriendo desde hace mucho. Por más que avance, nunca me siento lo suficientemente lejos, como si una suerte de desgracias me acechara cargante, violenta.
Al fondo, justo en el filo que separa el cielo del horizonte, titilan dos luces sobre el manto púrpura que ofrece la noche. Siempre están ahí, expectantes, vigilando cada uno de mis pasos.
Brota sangre de mis pies. Son los años de cansancio los que obligan a detener la ruta. Jamás encontré un lugar seguro, o al menos uno donde respirar al margen de los aullidos de las bestias; aquellas que deambulan como humanos, envueltas en un teatro de afectos y dichas.
Nunca percibí las flores, ni el amanecer o los arroyos refrescando el camino. Sólo hallé polvo, hambre y miedo. No me detuve a acariciar a los perros, no dejé que nadie me besara. Me escondí como una fugitiva y ni siquiera comprendo por qué. ¿Cuál fue mi crimen? ¿Por qué negarme tantas cosas? ¿De qué huyo?
Ahí están las luces de nuevo. Se aproximan lentas y delicadas, agitando una bandera blanca. En cuanto acortan distancia me percato de que lo que catalogaba de orbes ominosos, en realidad son unos ojos. Los míos, para ser más precisos. Me observan en silencio, llorosos y pendientes de cada señal, cada cicatriz y cada hueso lastimado. Gritan y condenan el tiempo perdido, haber aceptado una famélica existencia mientras huía del aire. Mientras huía de mí misma.
Es inútil seguir negando mi propia identidad, así que, en lugar de alejarme de la luz, esta vez voy a dejar que se proyecte sobre mí, voy a aferrarme a ella con fuerza. Voy a fundirme con mi otro yo. Ya no volveré a ser una sombra errante, sierva de mis miedos y la oscuridad. Me fundiré al fin con mi yo de luz y juntos podremos escapar.
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Mis insolencias (Retratos y latidos)
PoesiaEl mejor retrato de una persona se obtiene al atender a cada locura que surge de su boca, tal vez a base de imprecaciones y verbos con vida propia. A veces sólo basta con dejar que el individuo divague unos minutos, incluso es posible que las insole...