Lista de mis odios

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Odio madrugar

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Odio madrugar. Y acostarme tarde. Detesto los mosquitos y su propósito insomne. Odio el desorden de mi armario, caminar descalza y los grifos que gotean. No soporto el ruido de teléfonos sonando; tan histriónicos, tan esperpénticos.

Odio que llamen al timbre, los imprevistos y los plazos. Me disgustan las ciudades y su polución social.

Odio las mentiras de amigos, monjes o políticos, esas falacias que juegan con el afecto y la fe. Me inquietan las sonrisas vacías, las relaciones ficticias y aquellos que dependen de espejos más allá de sus propios ojos.

Odio el verano, que se me acelere el corazón sin pretenderlo, que se vacíe la nevera demasiado rápido o que otra planta se me seque.

Odio el polen, los ácaros y la hipocresía. Y me espero siempre un desengaño, aunque todo apunte a que esta vez será diferente.
Odio que llamen arte a la tortura, que justifiquen la angustia con el resultado de ser espontáneo, y no me fío de quienes esconden las manos en los bolsillos.

Odio a los monstruos disfrazados, los que te abren la puerta con ladinas intenciones. Me aterran los casos no resueltos, las desapariciones inciertas, los versos sin final.

Odio las balanzas trucadas, el intercambio de billetes por argumentos y advertir un crujido en plena noche.

Odio tener que cargar siempre un escudo, estar armada por si acaso, mirar a ambos lados de la calle. Odio las pupilas dilatadas, las esquinas oscuras y las uñas como garras. Odio los besos fingidos y los impuestos en el amor. Odio los números y sus quejas, tener que restar en lugar de sumar. Odio la escarcha en los ojos de un ser humano y su indiferencia ante un aullido.

Odio los diagnósticos, las estimaciones y probabilidades. Odio al dolor y su condena. Odio al desahucio como respuesta.

Odio muchas cosas, cosas que podrían cambiar, otras que no tienen solución, y otras que ni siquiera son importantes. Uno puede odiar al mundo en todas sus formas, desde la mayor extensión del infinito hasta el interior de una triste vivienda.

Tan caprichoso es el odio, que incluso es posible odiarse a uno mismo. 

Mis insolencias (Retratos y latidos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora