;capítulo 16.

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;capítulo 16.

Miré hacia el cielo, esta vez ni pájaros había. ¿Qué pasaba con ellos? Necesitaba escucharlos cantar, aunque fuera por última vez. Me comenzaba a cansar de tanto correr. Debería de poneros un poco al día, ¿no? Pues bueno, tomad asiento, porque es un poco largo de explicar. 

Hace un par de semanas, y digo semanas por decir algo, los caminantes se amontonaron en las verjas de la granja y lograron derribar algunas de ellas. La intención de mi grupo fue desde el primer momento proteger el terreno, pero llegó un punto que resultó imposible, estaban por todos lados.

Cada uno de nosotros tuvo que huir por un camino distinto, así que entenderéis lo divididos que estamos ahora mismo. La mayoría de los pertenecientes a la familia Greene cayó allí, pero eso ya no tuvo nada que ver con nosotros. Eran débiles desde un principio, y el no querer matarlos les causó su propia muerte. 

Yo conseguí deshacerme de unos cuantos, pero no por luchar contra ellos sin más, más bien para quitarlos de mi camino y llegar hasta donde mi gente estaba. Fue en vano, no logré alcanzarlos antes de que Rick saliera a toda velocidad con su coche y su familia de allí. Le grité cientos de insultos que aparecían en mi cabeza, quizá miles, hasta que una mano tomó mi brazo y me arrastró. Andrea.

Me dejé llevar, sin saber dónde se encontraba el resto. Mi padre pasó por mi mente unos segundos, pero decidí eliminarlo de mis pensamientos, al menos por ahora. Pensar en él justo en ese momento me llevaría a imaginarme cosas que no eran, como que podría estar muerto. No, joder, Alex. 

Y volvemos al ahora, donde estamos corriendo de nuevo hacia ningún lado. 

—¡Andrea! —grité, mientras seguíamos entre los árboles. Buena elección esa, huir por un lugar lleno de objetos donde poder darles algo de esquinazo—. ¿¡Dónde coño estamos yendo!?

—¡Corre y cállate! 

Gruñí por su contestación borde, pues odiaba que me respondieran con el mismo tono que yo empleaba siempre. Algo ilógico. Aún así, le hice caso y continué. Nos vimos obligadas a parar para que Andrea buscara algo de munición en su mochila. Suerte que ella llevaba una pistola todavía, la mía se había perdido días atrás. No sé cómo llegué a ese punto.

—¡Las puñeteras cajas están vacías!

—¡ANDREA! —volví a gritar yo, pero no me prestó atención. 

Una persona apareció de la nada, cortando por el cuello a los tres caminantes que nos seguían. Retrocedí, con tan mala suerte que tropecé con la rubia, la cual se giró para mirarme de inmediato. Al no detectar en su audición ningún gruñido de los que emitían los bichos, echo la vista al otro lado, dando de bruces con el encapuchado. 

Este levantó la tela que le cubría la cara y, por un momento, me relajé al ver que era una mujer la que había tras esa capa. Sólo de pensar que podría haber sido un hombre y podría haber hecho Dios sabe qué, me ponía enferma. Una sonrisa involuntaria se formó en mi rostro mientras dejaba mi cabeza caer hacia atrás.

—o—

—Bebe —le ordenó Michonne, que así se llamaba, a Andrea, la cual se negaba a tomar nada para que lo hiciéramos nostras. Pedazo de idiota. 

—Eso sería malgastar agua tontamente. 

—Das puta pena, ¿quieres beber de una jodida vez, Andrea? —refunfuñé yo, mirándola de manera seria. 

—Mis días están contad...

—O bebes de la botella ahora mismo o yo misma haré que te la tragues entera —amenacé, y sería capaz de hacerlo. Ella lo sabía.

Tiempo después, ya cuando la rubia mejoró un poco, salimos a buscar nuevo refugio. Todavía no me fiaba demasiado de Michonne, pero nos había ayudado. Solo por eso le debía una. Debo de admitir que la tipa era lista. Quiero decir, ¿a quién se le ocurriría llevar a dos caminantes atados, con los brazos cortados y sin mandíbula? Así nadie notaría su olor corporal, así se movía entre ellos como si de un fantasma se tratase. 

A lo lejos descubrimos un accidente aéreo. Sugerí acercarnos para ver si tenían comida, agua, o cualquier medicamento. Ellas aceptaron. Andrea quedó escondida entre los arbustos, con una manta sobre sus hombros, y la morena y yo nos acercamos a inspeccionar. En el proceso, el sonido de un vehículo llamó mi atención. Di unos golpeas a la placa del helicóptero e hice un gesto con la cabeza a Michonne, quien entendió que debíamos alejarnos.

Volvimos junto a Andrea y observamos, silenciosas, como unos hombres bajaban de un coche y revisaban también. Quisimos retroceder, pero antes de poder movernos, el sonido de una rama partirse detrás nuestra se escuchó. Maldije mentalmente. ¿Y ahora qué? Un carraspeo de chico, joder.

—¿Qué tal, tetitas de azúcar? 

En mis ojos se acumularon lagrimas al oír su voz, al saber de quién procedía. Me giré en segundos y, prácticamente, me colgué de mi tío. Este, sorprendido y sin saber qué hacer, me devolvió el abrazo. 

—o—

—¿Mi hermano sigue vivo? —me preguntó por quinta vez Merle. Le conté hasta donde sabía y él pareció conformarse. 

La señora que cosía una herida de mi brazo volvió a clavar la aguja, por lo que hice una mueca. No recordaba lo que era esto. 

—Espero que consiguiera huir de la granja —murmuré yo, sin despegar la vista de mi tío. En la sala había otro hombre, el Gobernador. 

—¿Has dicho granja? —preguntó el más pequeño de ellos. 

—La granja de los Greene, sí —respondí, repitiendo—. Después de que desapareciera Sophia y dispararan a Carl nos dejaron quedarnos allí hasta que apareciera ella, aunque resultó que estaba muerta en el granero, junto al resto de caminantes que guardaban allí.

—¿Qué coño pasó después de que me fuera?



Una Dixon.《Carl Grimes.》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora