;capítulo 22.

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;Capítulo 22.

Abrí poco a poco los ojos, notando un intenso dolor de cabeza en la parte trasera de esta. Pestañeé un par de veces para acostumbrarme a la luz que entraba por algún lugar del que estaba y fruncí el ceño al no reconocerlo. Asustada, miré a mi alrededor, encontrándome con Michonne y Hershel. ¿El problema? Los tres éramos rehenes de alguien.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó el abuelo a la nada. 

—Venganza —escuché una voz seria y firme desde algún punto. Levanté la vista y me encontré con la del Gobernador. Oh, mierda. ¿Este aún seguía vivo?

—Podríamos convivir —gruñí, bastante bajo. Estaba atada de manos y pies, sin tener oportunidad de defenderme si algo pasaba. Eso era, para nada, agradable—. No tiene porque morir nadie... —insistí. Casi sin darme cuenta, tenía un cuchillo afilado pegado a mi cuello. Tragué saliva, temiendo por primera vez de alguien.

—Todavía no quiero matarte, mocosa... —pronunció con asco. Cerré los ojos con fuerza—. No quiero que seas la primera en derramar sangre. No aún...

—o—

Alguien me dejó caer al suelo, pero mi cuerpo no tenía ni si quiera fuerzas para aguantar en aquella postura, por lo que caí hacia delante. La misma persona que me había empujado me cogió de la camiseta, rompiendo esta en el acto, y tiró de mí para ponerme bien. Un trapo tapando mis ojos evitaban que pudiera ver algo.

Empecé a escuchar las voces del Gobernador y de Rick hablando a lo lejos. Y no es que ellos estuvieron a mucha distancia de mí, más bien, yo no estaba demasiado centrada en esos momentos. Era pensar en lo que había pasado hacía una hora atrás y mis piernas comenzaban a temblar de nuevo. Él... Me había tocado. Se había aprovechado de mí. Ese hombre.

La venda que cubría mis ojos cayó. Estaba arrodillada, con Hershel a mi derecha y con Michonne a la izquierda. Mi respiración seguía siendo agitada, y aún aumentó más el ritmo cuando vi como el Gobernador sacaba la katana de la samurai y la colocaba en mi cuello. Por un momento pensé en que ojalá lo hiciera, que me matara.

—¿¡Empezamos por la pequeña Dixon!? —gritó, para que todos los de la prisión le escucharan bien. Mi mirada estaba perdida en un punto del cielo—. ¡No creo que a Daryl le haga mucha gracia saber lo que uno de mis hombres ha hecho con ella! —volvió a decir. Una mueca apareció en mi rostro, seguida de una lágrima resbalando por mi mejilla. Michonne me miró casi al instante, lo noté, pero yo solo tenía ojos para mi padre, que se tuvo que contener para que no me mataran allí mismo—. ¿¡Qué pasaría si yo ahora... —quitó la katana de mi cuello y se la puso a Hershel—... hiciera esto con ella!? 

Y lo hizo. Le cortó el cuello. Abrí mis ojos de par en par, dejando que más lágrimas cayeran. Sollocé como nunca antes lo había hecho, lloré como nunca antes lo había hecho también. Quise gritar un 'No', pero este terminó siendo un susurro. Sangre manchaba mi cara.



Una Dixon.《Carl Grimes.》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora