;capítulo 17.

3.5K 299 12
                                    

;capítulo 17.

—Michonne, ¿qué es lo que quieres? 

—No sabemos nada del Gobernador —murmuró, arrastrándose entre los arbustos de la parte trasera del pueblo. Yo, como idiota, le seguía—. Necesito respuestas. 

—No sabemos nada, vale. Lo entiendo —dije yo, gruñendo—. Pero como nos pillen aquí cuando nos han repetido como veinte veces que ni nos acerquemos, estamos muertas. 

—Puedes retirarte si no quieres venir —dijo, pero negué. Una Dixon no abandona. 

—Ni de coña, me quedo. 

Ella me echó una última mirada y asintió con la cabeza. Ambas saltamos el muro, aunque a ella le costó más que a mí, y nos adentramos en el bosque. No sé qué clase de respuestas quería encontrar, pero me prometí mentalmente el confiar en la morena. 

Una horda de caminantes logró alcanzarnos y, no sé ni cómo, Michonne quedó herida en una de las piernas. Maldije porque fuera tan torpe y le sugerí volver. Más por la chica que por mí. Se negó en rotundo y quiso continuar, yo obedecí. 

Tras un largo rato caminando entre árboles, encontramos la carretera. Yo quise seguir por ahí para llegar a algún sitio y no continuar dando vueltas. Michonne dijo que no, pero yo comencé a caminar, segura de lo que hacía. Se acabó el hacerle caso, así no llegábamos a ningún sitio. Joder, ¿no se daba cuenta o qué?

Había una zona con un par de edificios de comercio. Pude distinguir un bar de moteros y una gasolinera. Es más, diría que la construcción medio derrumbada del final parecía un supermercado que quedó a mitad de construir. El sonido de un motor de coche nos llevó a escondernos tras un vehículo. 

—¿Son ellos? —la morena me preguntó. Miré por el lado del deportivo y entrecerré mis ojos para ver mejor. No parecía que fueran hombres del gobernador. Negué. 

—No —volví a sentarme, esperando que quien fuera se largara pronto.

Apoyé mi espalda en la chapa del coche y me puse a atarme más fuerte los cordones de las zapatillas. Seguridad ante todo. Una voz, demasiado conocida para mí, provocó que me quedara petrificada en el sitio. Michonne me miró algo confundida y yo susurré el nombre del emisor. 

—Glenn... —me asomé de nuevo y mis ojos se llenaron de lágrimas al verlo ahí. Maggie apareció en escena también.

A punto estuve de salir del escondite, pero la mano de mi acompañante me enganchó el brazo y negó con la cabeza. Me removí, queriendo librarme de ella, y justo cuando menos lo esperaba, escuché el disparo. Mi tío se estaba llevando a la pareja. La morena solo intentó detenerme para que Merle no me viera.

Salimos de donde estábamos y cogimos la cesta que habían llenado Maggie y Glenn con algunas cosas. Lo que más llamó mi atención fue los cartones de leche, había mucha más cantidad que de otras cosas.

—Debemos ir a la prisión... —le dije a la chica, ella asintió con la cabeza. Al menos me escuchaba, no como otros. 

—Iremos a la prisión de la que han hablado, pero necesito que vayamos poco a poco. 

—Si Hershel está allí, podrá curarte —aseguré, empezando a caminar a paso lento. 

—o—

La presión resultó estar mucho más lejos de lo esperado, aún así, conseguimos llegar antes de que anocheciera. Suerte para nosotras que escapamos de Woodbury mucho antes de que el sol saliera. Como era de esperar, y por experiencia en la granja, los caminantes se amontonaban en las verjas. 

A lo lejos pude distinguir la figura de Rick sujetando algo entre sus brazos. Miró hacia donde estábamos Michonne y yo, puesto que los bichos nos rodeaban y aquello era llamativo. Le pasó lo que llevaba a Beth, a quien pude divisar de antes, y echó a correr. 

Me vi obligada a acabar con algún que otro caminante que se acercaba demasiado. La morena hizo lo mismo, pero toda la sangre que había perdido le pasó factura. Cayó desplomada al suelo y lo único que pude hacer fue gritar. Error. 

Estando a punto de ser mordida por uno de ellos, alguien me salvó. Giré el rostro para observar quién era y vi a Carl con una pistola levantada. Dije su nombre, como horas atrás dije el de Glenn, y él cogió la cesta y mi mano para correr hacia el otro lado. 

Al entrar, dejaron a Michonne sola en uno de los pabellones sin salida. Yo, al contrario, estaba sentada en las escaleras del suyo, en el cual dormían. Todos me observaban como si no creyeran lo que veían. 

—¿Cómo encontrasteis la prisión? —Rick me preguntó en tono serio. Yo dije la verdad, que escuché hablar a la pareja y que mi tío se los llevó a la fuerza.

—¿Merle? —preguntó esta vez Carl.

—Sí.

Mi padre entró en el pabellón, extrañado por el hecho de tener a una mujer desconocida junto a ellos. A punto estuvo de preguntar, pero al verme soltó sus cosas y se acercó a paso rápido hasta mí, rodeándome con los brazos.  

—Te daba por muerta —susurró, haciendo más fuerte su abrazo—. Mírate, que pena das ahora mismo. 

Yo solo abrí mi boca indignada y le pegué en el pecho.

—Eres un gilipollas, Papá.


Una Dixon.《Carl Grimes.》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora