Parte cuarenta y cinco

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Creemos que tomamos nuestra propias decisiones, que tenemos el poder de hacer lo que queramos con nuestras propias vidas, después de todos creemos  que tenemos el derecho de hacerlo, cuando estas ni siquiera nos perteneces a nosotros. Somos como hilos en un basto universo, nada más que eso. Un día alguien decidió crear ese hilo, con una vida predestinada al igual que todos, sin embargo no significa que no podemos experimentar por nuestra cuenta, tarde o temprano ese hilo largo que parece infinito, se cruzará con otro aún más infinito, ese hilo pasará por nuestra vida dejando una gran marca, aunque fuese en solo un corto periodo de tiempo, el impacto que puede llegar a dejar es enorme, dejando así como único recuerdo un nudo, que jamás podremos desatar. Por obra del mismo cruel destino la vida seguirá, dejando ese nudo intacto pero como una simple memoria, que con el paso del tiempo pasara a ser casi como una mancha borrosa y casi irreconocible. Hasta que los hilos se vuelvan a encontrar como destellos de luz, viajando hasta que el destino que los separó los vuelva a unir, esta vez con la esperanza de un para siempre en la mesa.Realmente no importa el tiempo que les tomó encontrarse, por que estaban destinados a hacerlo algún día.

Escuché el ruido de la lluvia a través de mi ventana, abrí los ojos lentamente ajustándome a la luz, cuando escuché una voz llamándome, de pronto su cabello estaba sobre mi rostro con una gran sonrisa.
Esto debía ser un sueño, no era posible.

—¿Lena? — susurre mientras las lágrimas bajan por mi rostro.

Mis ojos las recorrieron de pies a cabeza, no podía creer que estuviera frente a mi, pero no podía equivocarme era el mismo rostro que había visto por tantos años, solo que lucia más triste y apagada, con su pequeña nariz rosada de llorar.

—Creí que habías muerto, creí que jamás te iba a volver a ver.

—¿De que estas hablando?

Elena corrió a envolverme en sus brazos, me aferré a ella como jamás lo había hecho, quería verificar que todo esto era real, que verdad era ella.

—No puedo crees que estés viva — Elena alejo mi rostro de su hombro, me sujeto con cariño antes de limpiar mis lágrimas.

—Aish, no tienes idea del susto que nos causaste, tus padres llegaron a casa y los agentes alertaron que te habías escapado, todos nos volvimos locos.

—¿Pero tu estás bien, no tienes nada?

—¿Por que sigues preguntándome eso? tu eres la que debería decirme si estás bien, que por cierto no lo estás, te fracturaste dos costillas, tienes una contusión en tu cabeza, sin contar la herida de bala y los múltiples cortes con vidrio.

—Connor, él me llamo y me dijo que te había secuestrado, que no podía decirle a nadie o te iba a matar, llame a tu celular miles de veces.

—Estaba en juicio, vi tus llamadas hasta una hora más tarde, para entonces todos te estaban buscando.

—Seguí sus instrucciones pero me drogaron y me llevaron a un almacén, entonces fue cuando...

—¿Que pasó Charlie?

—¡No puede ser Charlie!

La puerta se abrió dando paso a toda mi familia y a Sam, que no tardaron en saltar sobre mi, incluso mi hermano con el que peleaba todo el tiempo, parecía haber llorado por mi, cosa que en la primera oportunidad se lo restregaría en el rostro. Tarde más de media hora tratando de tranquilizarlos, a pesar de que revisaron mis heridas más veces que los mismos doctores, intenté responder a sus preguntas sin dar demasiados detalles, no quería que supieran todo lo que había pasado en ese lugar en especial, no quería que Elena se enterara de lo que vi. Todo había sido un juego de Connor, incluso en el último minuto no dejó de jugar conmigo, aunque no dejaba de preguntarme quién era esa chica de la bolsa.
Jamás me había alegrado de verlos a todos, mi padre no dejo que nadie se me acercara demasiado ademas que en ningún momento soltó mi mano. Aún así no dejé de sentir como si algo faltaba, cada tanto miraba hacia la puerta esperando a que él cruzara por ahí, pero jamás lo hizo. Cuando los doctores llegaron despacharon a todos de la habitación, menos a Sam y Elena, que tuvieron que insistir en que mi familia se fuera a casa a descansar, según ellos estuve dos días desaparecida, aunque en lo personal sentía que ese infierno había tardado una que una eternidad. Aún no me había recuperado del todo y para ser sincera necesitaba descansar pero no podía en este momento, cada vez que cerraba los ojos me sentía indefensa y pequeña, por mis ojos cruzaban todo lo que había visto en ese lugar, toda la sangre y el sufrimiento, a pesar de que Elena estuviera sentada junto a mi, la veía tirada en el suelo cubierta de sangre en medio de una bolsa, cada tanto cerraba los ojos y los volvía a abrir con el temor, que en un parpadeo todo se esfumara en el aire y yo volviera a estar atada a una silla envuelta en la oscuridad. Baje mi mirada hasta mis muñecas, que en ellas se había marcado las ataduras dejando unas finas líneas rojas al rededor.

Eres tú otra vez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora