Capítulo 5

546 54 3
                                    


—Maldita sea, Gail, cuando te digo que pares, te agradecería que lo hicieras sin más. Te he dicho que venía alguien y tenía razón. No me hace gracia dar el espectáculo —dijo Mera con tono acalorado.

Se había apartado de Gail en cuanto oyó que los pasos se perdían en el ruido de las olas. Cualquier satisfacción que pudiera haber sentido por volver a ver a Gail después de tres semanas se desvaneció como la espuma que cubría la arena cerca del agua.

—Qué curioso, Mera, hace tres años te habría dado igual dónde estuviéramos o quién estuviera mirando, pero ahora todo parece ser un problema. Siento que un cuarto oscuro con las cortinas echadas no me parezca el único lugar adecuado para demostrarte que te quiero. Dios, llevo casi un mes sin verte y ya estás con estas chorradas. Que disfrutes de la puesta de sol, yo me voy al pueblo a hacer la compra para nuestra estancia —dijo Gail.

Estos pequeños estallidos y regañinas de Mera empezaban a hartarla y, para evitar otra pelea, Gail se levantó y echó a andar.

—No me echabas tanto de menos como para olvidarte de pasar por el bar del aeropuerto para tomarte unas copas antes de ir a recoger el coche. Espero que tengas seguro porque no creo que te hayan dado uno con el guardabarros abollado.

Gail dejó de caminar, pero no se volvió.

—La botella me está resultando una amante más apasionada y cariñosa que tú, Mera, y tus sermones no me van a hacer cambiar de opinión. Piénsalo mientras hago la compra, antes de que me vaya de verdad — amenazó Gail.

—¿Quieres decir que Sophia no te resultó suficientemente apasionada?

—He sido una idiota al creer que ese corazón que tienes podría perdonarme.

—Ya, bueno, ya sabes lo que dicen sobre los hábitos adquiridos.

Gail apretó el puño, pero siguió negándose a volverse. No era propio de Mera sacar a relucir errores del pasado, o al menos el único que conocía Mera.

— ¿Qué quieres decir con eso?

—Nada, vete.

Mera se quedó sentada en la manta con los ojos cerrados durante más de una hora y luego se levantó y se metió en el mar. La piloto estaba harta de trabajar y volver a casa sólo para pelearse constantemente con Gail, y la idea de hacer lo mismo durante sus vacaciones le daba ganas de recoger sus cosas y pedir una nueva tanda de vuelos.

Para Mera empezaba a estar claro que debía plantearse cómo terminar la relación, en lugar de dedicar un minuto más a intentar arreglarla, pero aquí estaban, de modo que lo volvería a intentar.

Hacía ya mucho tiempo que tendría que haber aprendido la lección de que no podía impedir que Gail bebiera, pero Mera se sentía culpable de marcharse. Gail nunca la había maltratado, simplemente sabía cuánto alcohol podía ingerir sin perder facultades en la bolsa al día siguiente. 

Mera sacudió la cabeza e intentó no pensar en sus problemas. Seguirían esperándola cuando volvieran a casa, ahora era el momento de disfrutar de la casa y del sol, aunque tuviera que hacerlo sola.

Cuando ya había leído buena parte del segundo capítulo de su novela, Mera levantó la mirada para ver a quién pertenecían los pasos que oía. 

Estaba segura de que fuera quien fuese el corredor, se trataba de la misma persona que las había interrumpido antes. La mujer pasó corriendo ante ella ajena por completo a su presencia y Mera se quedó sin aliento por la pésima suerte que estaba teniendo ese día.

Ahí, en toda su gloria sudorosa, estaba Diana Prince. Vestida tan sólo con unos pantalones cortos de atletismo y un sujetador deportivo, Diana le dio la oportunidad a Mera de quedarse mirando sin sentirse culpable ni temerosa de que la pillara.

Diana era como una de esas obras de arte que se encontraban en los museos. Se le veían los músculos marcados en todas las partes que llevaba al descubierto, fruto de su sesión de levantamiento de pesas y de la carrera, y luego Mera pasó a la cara de Diana. 

Aquí, en esta zona casi inviolada, Diana parecía feliz como si fuese libre.

La joven, que había ido perdiendo velocidad hasta ponerse al paso tras cruzar ante ella, no se parecía en nada a esa persona sarcástica que había intercambiado pullas con ella durante el vuelo.

Después de terminar el segundo capítulo del libro que había comprado obligando a Gail a parar antes de seguir hacia Tampa, Mera pensó que tal vez había juzgado mal a Diana. Alguien que leyera Matar a un ruiseñor no podía estar tan mal, ¿verdad?

La idea de anunciar su presencia murió en labios de Mera cuando Diana se desnudó y se metió de un salto en las olas delante de la casa que estaba al lado de la que habían alquilado Gail y ella.

Mera no se había fijado en la casa de la playa cuando llegaron. La pista de tenis construida sobre pilones encima del agua le habría dado una buena pista de quién era la dueña si se hubiera molestado en mirar.

Así que aquí es donde vive la Romeo del circuito, pensó Mera. Sus divagaciones mentales se vieron confirmadas al instante cuando otras dos mujeres desnudas salieron corriendo de la casa para unirse a Diana en el agua. Sí, es una cerda aficionada a los libros clásicos. Mera regresó a la casa, llevándose sólo el libro y su bolsa y dejando el resto para que se ocupara Gail.

Mera tenía la sensación de que estar aquí durante una semana sólo iba a dejar más de manifiesto lo fastidiada que estaba su vida. ¿Cómo sería pasar por la vida sin preocuparse por las consecuencias?, se preguntó, echando un último vistazo a las tres mujeres que jugaban con las olas.

A la mañana siguiente, Gail se fue a la playa con su propio libro mientras Mera salía por la puerta de entrada con las llaves del coche. La noche anterior, cuando Gail volvió seis horas después de haberse marchado, Mera se había duchado y ya estaba durmiendo, sin darles la oportunidad de seguir hablando de lo que les estaba ocurriendo.

Esa mañana las cosas fueron más fáciles, pues la piloto informó a Gail de que se iba al pueblo sola. Mera había estado en esa zona en una ocasión anterior y le había gustado pasear por el centro de Press Cove. Con suerte, encontraría unos regalos para su madre y su hermana, cuyos cumpleaños caían a finales de verano.

Mera se relajó en el café antes de lanzarse a hacer compras, intentando olvidar la creciente tirantez que había entre Gail y ella. Estaba empezando a enfadarse por esas largas noches en las que no sabía dónde estaba Gail, pero no estaba preparada para dar el paso final.

La idea de que Gail la estuviera engañando no era el problema, pero si encontraba solaz en el fondo de un vaso de alcohol, ¿Cuánto tardaría eso en llevarla otra vez a los brazos de otra persona? Mera pensaba que si llegaban a romper, su madre se lo tomaría muy mal. Su madre siempre había pensado que Gail introducía un elemento de calma en la vida de su hija, pero Mera nunca había contado toda la verdad a su familia, pues no quería preocuparlos.

Y en realidad quería más de lo que estaba obteniendo.

¿No debería haber pasión, y no sólo para las discusiones? Mera se quedó sentada con los ojos cerrados, repasando mentalmente una letanía de preguntas sobre cómo arreglar su vida, y en ese momento una voz conocida la interrumpió y le hizo torcer el gesto.

Game, Set and MatchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora