Capítulo 20

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Después de verla en televisión, por casualidad, sentada con Bobbie en el Abierto, se había hecho una buena idea de por qué la había dejado Mera. Esta noche una de las personas de la compañía aérea a las que había conocido con Mera había tenido la amabilidad de proporcionarle el horario de vuelos de su ex amante, pero la presencia de Diana no había entrado en sus planes. Pero claro, Diana era la razón de que Mera la hubiera dejado.

Gail lo había repasado mentalmente un millón de veces, convencida de que su comportamiento y su afición a la bebida no habrían tenido importancia si Diana no hubiera intervenido.

—Te echo de menos, Mer, y sólo quería una oportunidad para hablar contigo. Este verano te fuiste sin dejarme que arreglara las cosas. Habría venido a verte antes, pero no sabía cómo ponerme en contacto contigo. —Gail sujetaba sus propias flores a la espalda y esperaba que el ramo más sencillo fuese más del agrado de Mera.

Buscando consuelo, Mera se pegó más a Diana, esperando que no se sintiera asqueada y se apartara. Diana, que nunca decepcionaba, puso la mano sobre la cadera de Mera.

—Siento que te hayas dado el paseo hasta aquí, pero sigo sin querer verte. Lo nuestro no funcionaba, Gail, y no por lo ocurrido durante unas cortas vacaciones. Ya es hora de que sigas adelante y lo aceptes y que intentes encontrar a alguien que te haga feliz.

—Qué cómodo para ti. ¿Qué va a ocurrir cuando ya no seas el caramelo de la semana? soltó Gail, dejando salir todo el veneno que sentía por Diana. Gail pensaba que Mera y ella nunca habían tenido problemas hasta que apareció la tenista en su vida.

—Vamos, capitana, no pierdas el tiempo con esto. Sólo quiere pincharte para que te sientas tan mal como ella.

Mera le cogió las rosas a Diana y dio la espalda a Gail. Pero una pequeña parte de su cerebro quería conocer la respuesta a la pregunta de Gail. ¿Qué pasaría cuando Diana pasara a la siguiente conquista?

—Admítelo, Mera, me perteneces. —Gail dejó caer sus flores, agarró a Mera del brazo y trató de apartarla de Diana de un tirón.

—Si no quieres que te obligue a comerte estas rosas, te sugiero que la sueltes. ¡Ahora! —gritó Diana.

Cuando Gail no reaccionó al instante, Diana le agarró la muñeca y apretó hasta que abrió la mano—. A menos que ella te invite a tocarla de nuevo, ni se te ocurra hacerlo o te las tendrás que ver conmigo.

—¿Me llevas a casa? —preguntó Mera cuando Diana se volvió hacia ella.

Diana rodeó los hombros de Mera con el brazo y salió con ella hacia el coche que las esperaba.

—¿Estás bien? Esta noche estás muy callada. —Diana vio que Mera sacaba una rosa del ramo que estaba a su lado en el asiento del coche y se la llevaba a la nariz.

—¿Sabías que las rosas rojas son de las pocas que quedan que todavía conservan su aroma de todas las que se venden en las floristerías? — preguntó Mera.

—Eso es porque las rojas son más populares y por eso se cultivan para que den capullos grandes y para que duren, por lo que había que sacrificar algo. Las rosas y las amarillas huelen muy bien, pero se marchitan antes.

Mera se quedó sorprendida de que Diana conociera la respuesta a la pregunta que acababa de hacer, pero luego pensó en todo el tiempo que Diana se pasaba leyendo en casa y en habitaciones de hotel.
Leyendo en habitaciones de hotel siempre que no estaba entreteniendo a alguna fan llena de adoración u otra mujer famosa que deseara la atención de Diana.

—A veces la vida es así —dijo Mera. Diana cogió la rosa que tenía Mera en la mano y se la llevó a la nariz antes de decir nada.

—¿Que las cosas mejores son dulces pero efímeras? ¿Te refieres a eso? — preguntó Diana, captando lo que intentaba decir Mera.

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