Capítulo 24

540 41 4
                                    


—Señor, hemos encontrado esto en uno de los cajones del escritorio que había en el estudio. También hemos recogido numerosos artículos de periódico sobre la señorita Prince y su programa de partidos. —El agente uniformado le pasó al inspector al mando una bolsa en la que había una carta. La nota que había dentro de la bolsa de plástico era como muchas de las otras que había recibido Diana declarando que iba a morir porque era una abominación ante Dios.

—Esto no tiene sentido —murmuró Logan Sully entre dientes tras leer la nota por tercera vez. Había escuchado la explicación de Diana sobre cómo conocía a Gail y por qué la corredora de bolsa la había atacado.

—¿Por qué no, señor? —preguntó uno de los agentes que habían acompañado a Logan para registrar el piso de Gail.

—Porque atacó a Diana Prince porque la mujer le robó a la novia. ¿No les parece que eso también convertiría a la señorita Ingles en una abominación ante Dios? Esta vez no hubo ninguna amenaza durante el ataque. —Logan continuó cuando le dio la impresión de que los dos policías no seguían lo que estaba diciendo—. Fuera del restaurante, Gail Ingles se acerca corriendo a Diana Prince y la ataca con un cuchillo. Antes de hacerlo, dice, "Muerte a los que pecan contra Dios" o algo por el estilo. Dos semanas más tarde, hace lo mismo, sólo que esta vez a plena luz del día, pero vestida igual y con la misma arma. Yo no creo que esto lo haya hecho la misma persona, pero ¿de dónde sacó la Ingles esta nota? Si la comparamos con todas las otras que me enseñó el entrenador de Diana Prince, me apuesto la paga a que coinciden.

—Yo creo que esa zorra está loca, jefe. Más loca ahora que hace dos semanas. Los loqueros llaman a eso enfermedad mental en espiral.

—Está bien, Sigmund, recojan el resto de las cosas y volvamos a comisaría. Seguro que a la señorita Prince le gustaría saber que la chiflada que le ha enviado todas esas notas está encerrada. Cuanto antes, mejor, porque he apostado por el resultado del Abierto este año. Esta tal Ingles podría haberme costado una fortuna si llega a impedir que Diana llegue a la final.

—¿Tienes dinero para la comida? —preguntó Diana mientras ayudaba a Mera a ponerse la chaqueta. La pregunta hizo reír a la piloto, que se volvió en cuanto pasó los brazos por las mangas.

—Sí, pero no lo necesito. La aerolínea nos da de comer en tierra o en el aire, depende del vuelo. ¿Tú qué vas a hacer hoy? Diana abrazó a Mera y la besó en la frente. Estaba preocupada por Mera, pues había tenido que despertarla tres veces durante la noche para sacarla de una pesadilla que Diana estaba convencida de que trataba de ella. Lo que de verdad quería hacer era pedirle a Mera que se quedara en casa y no fuera a trabajar, pero pensó que a la pelirroja no le haría gracia la sugerencia.

—Jugar al tenis, ver la televisión y luego esperar a que vuelvas. Te voy a echar de menos hoy, capitana —dijo Diana.

—Baja un poco, larguirucha. —Mera empujó la cabeza de Diana por detrás intentando que se agachara para poder alcanzar sus labios—. Yo también te voy a echar de menos. ¿Me prometes que tendrás cuidado y que te mantendrás apartada de maníacos armados con cuchillos hasta que vuelva?.

—Te lo prometo. Tú evita pájaros en vuelo rasante y auxiliares de vuelo juguetonas. Soy celosa, así que tenlo presente, Marichispas.

—No soy yo la que aparece siempre en las portadas de la prensa amarilla, Diana. —Mera besó a Diana por última vez antes de salir para llamar a un taxi. Con un poco de suerte, tendría vientos favorables de cola y estaría de vuelta a tiempo de poder salir a cenar.

Cuando la piloto estaba ya casi en las puertas de Virgin en JFK, su teléfono móvil empezó a sonar y tras hurgar en el bolso lo encontró antes de que quien llamaba colgase.

Game, Set and MatchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora