Capítulo 6

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—Siento haber tardado tanto, señora, pero todavía me estoy recuperando de un aterrizaje algo brusco que tuve ayer en Miami.

Cuando Mera abrió los ojos, ahí estaba la tenista, con una bandeja donde estaba el capuchino que había pedido.

El calor que le inundó las orejas era una mezcla de rubor y rabia por lo que había dicho Diana. El mal tiempo y el viento racheado habían hecho que el aterrizaje distara de ser perfecto y no estaba dispuesta a aguantarle chorradas a nadie.

—Lo siento, capitana, lo decía en broma. Parecía tan perdida aquí sentada que se me ha ocurrido venir a animarla.

—¿Por qué me molesta durante mis vacaciones, señorita Prince? — preguntó Mera.

Ah, no, no me voy a colar por una bonita sonrisa y un bonito culo. Se acuesta con dos mujeres al mismo tiempo, tuvo que recordarse Mera cuando los hoyuelos que lucía Diana le dieron ganas de sonreír a su vez.

Mera siguió echándose un sermón mental como método para levantar sus defensas. Hoy son dorados como el atardecer, intervino la otra voz que tenía en la cabeza cuando Diana se inclinó para poner la taza en la mesa y Mera le vio bien los ojos.

—Volvía del aeropuerto, capitana, y me encanta el chocolate caliente que dan aquí. Discúlpeme por molestarla, no volverá a ocurrir. Espero que disfrute de su estancia. —La sonrisa desapareció de la cara de Diana al tiempo que pensaba, Dios, esta mujer es una arpía

Diana se volvió para regresar al mostrador y esperar a que la sirvieran y entonces oyó el tono más amable de Mera.

—¿Es que le gusta pasar el rato en los aeropuertos? ¿O es que es ahí donde practica los comentarios sarcásticos para los empleados de las líneas aéreas? —La pregunta era el intento por parte de Mera, en contra de su buen juicio, de evitar que Diana se fuera después de haberle respondido de malos modos.

—No, ése es su trabajo, creo yo, y no soy sarcástica. Es que he llevado a mis hermanas, que tenían que coger un vuelo esta mañana. Vinieron ayer a visitarme por sorpresa y hoy tenían que presentarse en su propio torneo —contestó Diana.

Un adolescente con acné se acercó, le dio a Diana una gran taza humeante y volvió detrás del mostrador.

—¿Es que hay más de una como usted? —Puso cara de asco cuando el chico regresó con un gran bollo de canela para acompañar el chocolate caliente de Diana.

Jo, eso es lo que come y mantiene ese aspecto. Mera miró a Diana, que estaba sujetando el bollo y la taza, y cayó en la cuenta de que la tenista estaba esperando a que la invitara a sentarse—. Perdone, ¿quiere sentarse conmigo? —Mera señaló la silla vacía que tenía delante, deseosa de repente de la compañía de Diana.

—Gracias, y sí, somos tres, pero Lena y Zaty no se parecen nada a mí. Para empezar, las dos son más altas, y además les va la arena. —Diana dio un gran bocado al pegajoso bollo que había pedido y se lo ofreció a Mera para que lo probara.

 La pelirroja dijo que no con la cabeza, pues sabía que tenía el metabolismo de una babosa perezosa.

—¿La arena? —Ahora lamentaba no haber aceptado probar el bollo que le había ofrecido Diana, al ver que los ojos dorados se ponían en blanco, expresando lo bueno que estaba.

—Juegan al voleibol, voleibol playa. Forman un equipo de dobles capaz de hacer que te comas el balón si no estás atenta —explicó Diana.

Mera observó a Diana mientras ésta seguía comiéndose el bollo, deteniéndose de vez en cuando para lamerse el chocolate de los dedos. Dios, qué pinta tan buena. Al cerebro de Mera le costaba distinguir con ese comentario entre el bollo y los largos dedos que lo sujetaban.

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