Capítulo 11

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El restaurante elegido por Diana era un local italiano iluminado románticamente, con una gran vista y comida aún mejor. La joven que las llevó a su mesa era la hija del dueño y ya conocía a Diana de ocasiones anteriores. Cuando Mera enarcó una ceja ante el cariñoso recibimiento que dio a la mujer alta, Diana se echó a reír. Ésta debe de ser toda la preparación para ponerme a tono para más tarde, fue lo que se le pasó por la cabeza al darse cuenta de que Diana ya había estado aquí. Porque, cariño, una no viene a comer sola a un sitio como éste.

—¿Cómo están Clark y Bruce? —preguntó la encargada.

—Están bien, les daré saludos de tu parte.

—¿Hoy no cenan contigo?

—No, esta noche vamos a ser sólo la señorita Xebel y yo, Francesca. ¿Qué tal si nos traes una botella de Chianti mientras decidimos lo que vamos a comer?

La joven se volvió y fue a los estantes de vino de la parte del fondo a buscar el vino que le gustaba a Diana.

—Creía... —empezó a decir Mera, sin saber cómo terminar la frase. Diana miró los platos especiales que aparecían en el menú, sin mirar a Mera cuando ésta interrumpió el silencio que se había hecho al marcharse Francesca.

—Ya sé lo que creías. Velas, música romántica, vino y vistas al mar suponen que más tarde te tienes que acostar conmigo. Vengo aquí a veces con Bruce y Clark cuando estoy en casa y, te lo aseguro, no me interesa acostarme con ninguno de ellos. El padre de Francesca hace una salsa estupenda y unos platos de ternera aún mejores, que he pensado que te podrían gustar, pero si prefieres, podríamos ir a un sitio... no sé, ¿más iluminado?

Antes de que Mera pudiera decir nada, Francesca regresó a su mesa con la botella que había pedido Diana y dos copas. Sirvió un poco en la copa de Diana, esperando a que diera su aprobación antes de servir otro poco en la copa de Mera.

—Lo siento, Diana.

—No tienes nada que sentir, capitana. En cierto modo tienes razón, soy esa persona de la que todas tus amigas te dicen que te alejes. Pero te he prometido portarme bien y es lo que voy a hacer. —Diana alzó su copa y esperó a que Mera hiciera lo mismo. Se echó hacia delante para entrechocar su copa con la de la morena y recitó una estrofa de su poema preferido—. Diré esto con un suspiro dentro muchos siglos: dos caminos se separaban en el bosque y yo... yo tomé el menos transitado, y ésa ha sido toda la diferencia.

—Robert Frost, El camino no tomado —susurró Mera. Bebió un poco de vino y gozó de la sensación de calor que le dio al bajar por su garganta —. Podrías volver loca a una chica con tanto romanticismo, Diana.

En algún lugar, dentro de muchos siglos, habrá una mujer que habrá amado su vida porque pudo compartirla contigo. —La saludó alzando de nuevo la copa y juró que esa noche ni un solo detalle más de las tan cacareadas hazañas de Lauren la volvería a molestar. Pasar el rato con la tenista la ayudaría a averiguar más cosas sobre la persona que era que leer un artículo sobre ella en el Enquirer.

La cena duró tres horas, en el curso de las cuales dieron cuenta de varios platos, postre y bebidas. Conversaron de temas ligeros, y los otros clientes las miraban a menudo cuando se reían por diversas cosas. Era justamente el tipo de velada que a Mera le había apetecido para sus vacaciones, sólo que ni se le había ocurrido pensar que la compartiría con Diana Prince. Su idea de final perfecto habría sido un paseo por la playa, pero un recorrido por la inmensa colección de libros raros de Diana también estaba muy bien.

Quitándose los zapatos, Mera pidió una sola cosa.

—Léeme lo que más te guste de todo lo que tienes aquí. Diana fue al otro lado de la habitación, subió por la escalerilla con ruedas hasta el estante más alto y sacó un libro. Lo dejó en la mesa del café para quitarse los zapatos, encantada con la risa de Mera cuando ésta vio el título.

—¿Guerra y paz? Te das cuenta de que me voy mañana, ¿verdad?

—Sólo quería ver si seguías despierta después de esos dos postres y medio que te has comido. —Esquivó el pequeño almohadón que le tiró Mera con indignación fingida y luego se levantó para coger otro libro.

Dos caminos se separaban en un bosque amarillo,

Y lamentando no poder tomarlos ambos

Al ser un solo viajero, me quedé largo rato

Siguiendo uno con la mirada todo lo lejos que pude

Hasta donde se perdía en la maleza;

Entonces tomé el otro, igual de bello,

Y tal vez más digno,

Pues era herboso y no estaba desgastado;

Aunque a ese respecto, el paso por ellos

Los había desgastado a ambos por igual,

Y ambos estaban esa mañana igualmente cubiertos

De hojas que ningún pie había ennegrecido a su paso.

¡Oh, dejé el primero para otro día!

Pero sabiendo que un camino lleva a otro,

Dudaba de si volvería alguna vez.

Diré esto con un suspiro

En algún lugar dentro de muchos siglos:

Dos caminos se separaban en un bosque y yo...

Yo tomé el menos transitado,

Y ésa ha sido toda la diferencia.

Diana leyó el poema completo de Robert Frost que había citado durante la cena. Cuando terminó, Diana levantó la mirada y vio a Mera recostada en la butaca con los ojos cerrados.

—Gracias por este día. Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien y lamento que tenga que terminar tan pronto —dijo Mera sin abrir los ojos, disfrutando sencillamente de la habitación de la que había hablado Barnaby con tanto cariño. Cuando los abrió, Mera aceptó la mano de Diana para levantarse y su ofrecimiento de acompañarla hasta la puerta del cuarto donde iba a dormir.

Diana le devolvió a Mera sus sandalias y sonrió.

—Buenas noches, Mera, espero que tengas buenos sueños. —Diana la besó suavemente en los labios, luego se volvió y se dirigió al dormitorio principal.

Mera cerró su puerta y se apoyó en ella, llevándose los dedos a los labios. No era el tipo de beso recibido de una amante, ni siquiera de alguien con quien se hubiera salido una vez, pero de todas formas le había producido un hormigueo por todo el cuerpo.

—Buenas noches, Diana, y creo que eso va a ser imposible ahora.

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