Capítulo 12

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Mera deambuló por la casa con Abby buscando a Diana a la mañana siguiente, con la esperanza de desayunar con ella antes de tener que salir para el aeropuerto. Su avión no iba a despegar hasta dentro de tres horas, por lo que tenían tiempo de sobra para comer y charlar. La música que salía de la habitación que había al otro lado de la cocina la llevó hasta Diana. El perro se quedó en el umbral y agitó una pata para que Mera pasara.

Tumbada en un banco acolchado, la tenista estaba haciendo flexiones con peso. Mera admiró la fluidez ensayada de sus movimientos, sorprendida de que hiciera falta tanto esfuerzo para jugar bien. Diana estaba empeñada en mantenerse en la mejor forma posible para evitar lesiones.

—Buenos días. —Mera esperó a que el peso estuviera en su sitio antes de hablar. No eran ni las siete de la mañana y Diana ya estaba sudando.

Diana levantó la cara de la toalla donde la tenía apoyada y vio a Mera en pijama dentro del gimnasio.

—Hola, ¿has dormido bien?

—Sí, gracias. Esta casa es fantástica, Diana, se descansa muy bien en ella. ¿Has acabado ya?

—Ésa era la última serie que voy a hacer hoy. Deja que me duche y te saco a desayunar. —Diana echó la toalla en la cesta del rincón y luego se bebió el resto del zumo que había estado tomando durante el entrenamiento.

—Quiero cocinar para ti, si no te importa que use tu cocina. Considéralo mi forma de darte las gracias por todo lo que has hecho por mí en los dos últimos días. No es mucho, pero me gustaría hacerlo por ti.

—¿No te importa?

—No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo. Ve a ducharte y luego ven a la cocina. —Mera sonrió y le dieron ganas de dar los buenos días a Diana con un abrazo, pero su alta anfitriona no se había acercado a ella al salir por la puerta.

Sus pensamientos se detuvieron en seco al oír golpes en la puerta de atrás. Diana se detuvo en la puerta y sonrió, intentando tranquilizar a Mera. A Diana le sorprendía que la idiota de al lado hubiera tardado tanto en venir a montar la bronca por lo que había ocurrido.

—¿Qué tal si te sientas a disfrutar de las vistas mientras yo me ocupo de esto? —La pared de ventanas sólo cubría la parte del fondo del gimnasio y daba a la playa. Quien estuviera en la terraza no podía ver dentro.

—¿No te importa? —La expresión perdida de Mera tenía tan poco que ver con la mujer segura de sí misma que le había plantado cara en el avión que a Diana le costaba compararlas.

—No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo. —Mera se echó a reír al oír la repetición de sus propias palabras—. Te olvidas de que soy una experta en materia de voleas. Pero en serio, estoy acostumbrada a tratar con mujeres difíciles, Mera, fíate de mí. Gail no es más que una mala perdedora que necesita tiempo para calmarse. —Diana estaba intentando hacer reír a Mera, pero el resultado fue el opuesto y los ojos azules se llenaron de lágrimas.

—Lo siento, es que la última vez que hablamos no fue agradable y no estoy preparada para volver a ver a Gail tan pronto. —Mera se abrazó a sí misma para intentar consolarse y la manga corta de su camiseta se subió lo suficiente para que Diana le viera el bíceps.

—¿Qué pasó?

—No le gustó la respuesta que le di a un pregunta que me hizo —fue lo único que se le ocurrió decir a Mera. Las lágrimas resbalaron por su cara y se preguntó cómo había terminado en esta situación.

—No te hará daño, te lo prometo. —Diana se acercó y abrazó a la asustada mujer, haciendo todo lo posible por conseguir que perdiera el miedo a la que seguía llamando con insistencia. Cuando Mera se relajó apoyada en ella, Diana susurró—: Ahora mismo vuelvo.

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