Moriré

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La tormenta parecía no tenía fin, y la verdad me ponía feliz, porque significa más tiempo lejos de casa.

-¡Muero de sueño!-se queja Antonio-. Hagamos algo, voy a dormir, y cuando escampe me despiertas ¿Eire?

Antonio habla al jardinero ignorando por completo mi existencia, y entiendo que tiene que ver con que no me cree responsable de avisar nada, y tiene razón.

-Sí señor, iré a despertarlo ni bien escampe para que pueda llevar a la chica.

-Gala, no hagas una tontería.

Él se levanta de la mesa, el resto ya lo había hecho hace tiempo, Lisenda fue la primera, luego los compañeros de jardinería, y ahora Antonio.

Para mi aun es temprano, pero entiendo que ellos despiertan muy temprano y duermen temprano.

-Iremos al galpón Antonio, para entretener a la chica con la lluvia.

-Lo que quieras Eire, siempre y cuando no salga corriendo bajo la lluvia, y aleja la gaseosa de sus narices, es un peligro con azúcar en su sistema.

-Te estoy escuchando-dije divertida, él sólo levanta la mano y se larga arrastrando los pies.

-¿Vamos?

-¡Claro!-digo emocionada aceptando la mano de Eire quien me ayuda a ponerme de pie, camino con él y lo sigo hasta el galpón.

El viento aún soplaba fuerte, y la lluvia parecía inagotable, los relámpagos iluminaban los cielos y el frío se instaba en mi piel.

-¡Wow! Es espectacular-confieso abrazando ni cuerpo por el frío

-No creo que sea tan genial, sería otra cosa verlo desde tu habitación -Apunta hacia la casa.

-¿Me creerías si te digo que nunca me asomé a ver una tormenta?

-¡Eso es triste!- él sonríe amablemente y me observa con curiosidad -¿Tienes frío? ¿Te busco un abrigo?

-No, no, estoy bien así, aunque -me acerco más a él-un poco de calor corporal no me vendría mal.

Él traba fuerte, pero se queda quieto, como si de esa manera evitaría que me acerque más.

-¿Te... te molestaría si fumo?

-Ummm no, adelante-respondo curiosa.

Él quita de su bolsillo un paquete del que saca un cigarrillo, lo veo temblar, no sé si por el frío o porque lo observo atenta.

Vuelve a guardar el paquete y a continuación quita un encendedor, yo pongo mi mano sobre la suya para detenerlo.

-¿Puedo encenderlo?

-Ummm, sí, ya veo que eres curiosa.

-Mucho.

Tomo el encendedor y rozo la mano de Eire cuando se lo quito, enciendo el cigarrillo y miro atentamente como le da una calada, hasta que finalmente saca el humo.

Le paso de nuevo el encendedor, pero él niega.

-Te lo regalo, así puedes encender mi cigarrillo cuando quieras.

-¡ Oye! Sí, me gusta la idea, aunque si mi madre se entera que fumas, te echa.

Él quedó con el cigarrillo en el aire mirandome con miedo cuando se me escapa una risotada socarrona.

-No te voy a acusar, me caes bien.

-¡Ufgg! Menos mal, porque tengo muchas cosas que pagar aún.

Los relámpagos pegan más fuerte en el cielo y los truenos se hacen eco muy seguido, esto parece empeorar en vez de mejorar.

Harta de las alas (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora