Alec miró el cuello de la botella de cerveza frente a él con suma atención.
Se preguntó cuanto tiempo le tomaría perder su vida si lo tomaba en sus manos. ¿Dónde exactamente debería presionarlo?, -(¿En el cuello?, ¿El estómago?, ¿O el pecho?)-, sonrió irónicamente con este último pensamiento; Zack siempre le había dicho que era todo un dramático encubierto y quizás, tenía razón. Le echó una leve mirada al desastre que tenía en su habitación y se sintió como un vago. Habían miles de botellas de cerveza regadas por el piso, además de tener sus sábanas manchadas de alcohol y emanando un fuerte olor a este, unos cuantos cuencos de comida tirados por ahí y vidrios esparcidos peligrosamente por aquí y por allá. Eso, sin contar, que las paredes habían perdido su pulcro blanco habitual y ahora eran una mezcla entre el beige y el gris. Aunque sus padres sabían muy bien que estaba viviendo de esa forma, no eran capaces de detenerlo. Por más regaños y golpes que obtenía de su padre y llantos y lamentos de su madre, él seguía reacio a retomar su vida normal.
Zack era un chico muy desastroso y desordenado. Siempre andaba con el uniforme desarreglado y con varias manchas en el. Más de una vez lo vio llegar con calcetines diferentes o una corbata totalmente ajena a la de su escuela. Además de andar felizmente con esa mata desmarañada que tenía por cabello. Aún así, ni él dormiría en un lugar como este. Si lo viera, probablemente le gritaría hasta el cansancio.
Y eso era justo lo que quería.
Quería a Zack de vuelta.
Tomó un pedazo de vidrio que encontró por ahí y lo apretó en una de sus manos. Hilos de sangre recorrieron al instante por su brazo pero no los tomó en cuenta. Ya estaba tan acostumbrado a hacer cosas como esta; beber hasta que no diera más y quebrar las botellas de alcohol para romper su piel, importándole poco si le dolía.
No había ningún dolor físico que pudiera compararse con el que punzaba en su pecho. Parecía que su corazón estaba perdiendo su fuerza, ya que cada día notaba sus latidos más tranquilos. La venas de sus brazos se habían dilatado y ahora se veían aterradoramente visibles, con un color que oscilaba entre el azul y el morado. Y sus ojos... sus ojos ya ni siquiera tenían vida.
Estaba volviéndose loco, lo sabía muy bien. Su sangre estaba aullando por su AG, gritándole y buscándolo por todas partes. No importaba si todos le decían que era imposible que su par fuera un hombre, el sólo hecho de estar así de vulnerable por él demostraba totalmente que ellos estaban enlazados.
Demostraba que sus corazones siempre nacieron para estar el uno con el otro.
---- Hijo, han venido a verte ---- dijo la voz de su madre por detrás de su puerta. Alec gruñó como respuesta. ---- Por favor abre, es importante.
Él chasqueó la lengua. ¿Si no es Zack por qué sería alguien relevante?, ¿Acaso...?
---- Soy yo ---- habló entonces su visita. El chico se paró rápidamente de donde estaba sentado y corrió a abrir la puerta.
---- ¡Tú! ---- gritó con furia apenas vio esa cara sonriente. Importándole poco que su madre estuviera presente, le asestó un puñetazo con todas las fuerzas que aún le quedaban. Después de hacerlo, su cuerpo se tambaleó y casi perdió el equilibrio. No sólo estaba borracho, sino también débil por tantos días rehusándose a comer o vomitando todo lo que estuviera en su boca.
Quien fue golpeado soltó una risa.
---- Tanto tiempo sin verte, mi gran amigo..
---- ¡Cállate! ---- bramó Alec enfurecido ---- ¡Tú no eres mi amigo!
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90 días antes de perderte.
Ficção Adolescente''---- ¡Pero yo creo que realmente me gustas!'' En un mundo donde un sistema escoge quien es tu alma gemela, Efrén se enamora de Aván. Pero hay un pequeño problema, no sólo su crush es irremediablemente heterosexual, sino que también está a punto...