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Rayan:

Hoy más que nunca desearía que mamá este aquí conmigo.

Pero eso ya no es posible y tengo que lidiar con esto yo sola.

Mantengo la vista en el foco parpadeante mientras mis ojos se aclaran, en realidad descubro que se trata de un pequeño animalito siendo atraído por la luz, bostezo y aparto los ojos incorporándome, reviso a papá, quien se encuentra estable, pero descansando.

Deben ser cerca de las 8 de la noche, pues me dormí cuando era aun de día y lo compruebo al ver mi móvil, el cual dejo sobre a mi lado en el mueble, para levantarme.

Ni siquiera puedo ir a la capilla a rezar por la salud de papá, temo que al salir reciba una complicación y no es que los doctores estén al lado suyo las veinticuatro horas del día, su trabajo es supervisarlo cada cierto tiempo y revisarlo mañana muy temprano, pero quien debe estar con el soy yo, tampoco quiero descuidarme.

Tomo un respiro profundo y permanezco dentro de la habitación, mi estómago suena y abro mi bolsa sacando una manzana, de las que aproveche en comprar mientras papá era supervisado por una enfermera, a quien le pedí que me esperara unos minutos para ir a comprar a la cafetería.

Alcance en traerme dos manzanas, una galleta y dos botellas de agua.

Mi estómago sigue rugiendo, llevo la mano a ese lugar y me quedo al lado de papá, decidiendo dormir un rato más.





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—Pescadito.

La voz de papá es la que me hace abrir los ojos muy temprano, pienso por un instante que es parte de mi sueño, pero no es así.

Al aclarar mi vista, lo veo ahí, despierto y acostado sobre la camilla.

La vista me empaña las lágrimas.—Papá...

Me pongo de pie y llego hasta el, con cuidado lo rodeo con los brazos y dejo que el dolor se derrame por mis mejillas, papá me acaricia la espalda y yo me aparto para revisarlo.

—¿Te sientes bien?.—Pregunto con inquietud.—¿Necesitas algo? Quizás deba llamar al doctor... eso hare..

—Pescadito...

Me muerdo los labios.

Llamare al doctor.—Sollozo.

Papá me coge la cara, sus manos suaves me limpian las capas de lágrimas y sus ojos me miran seguros.

—Estoy bien, Rayan.—Me asegura.

Papá...

—De verdad.—El me suelta y separa los brazos, mostrándome que si lo está.—Estoy muy bien. Ya no llores.

Muerdo con fuerza mi labio inferior y lo dejo ir.

—Tu padre es fuerte.

—Sufriste un infarto, papá. Casi te pierdo.—Pronuncio con mi voz rompiéndose.

—Pero no fue así, Rayan... Además.—Papá frunce el ceño.—¿Crees que dejaría a mi pescadito sola?

Vuelvo a apretar los labios y niego con la cabeza.

Papá me abraza y yo me pego contra su pecho.

—Estoy bien.—Me promete y decido creerle.






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—Señor Stuart, que bueno que se encuentre muy bien de salud.—Le dice el doctor a papá.—¿Cómo se siente?

—Pésimo. La comida de este hospital es horrible.—Se queja apartando su plato de la bandeja y con una expresión amarga en su cara, después de haber probado el primer bocado.

—Papá.

El doctor ríe.—Lamento que nuestra comida no sea suficiente, pero si no le gusta las menestras, puedo sugerir frutos secos o una ensalada.

—Esas son muchas molestias, doctor.—Digo yo.—Papá debe comer lo que hay en la receta.

—Pescadito, odio esta comida.

—Entonces te traeré una porción de fruta picada de la cafetería.—Respondo.—No puedes comer otra cosa, papá.

El suspira.

—¿Al menos tendrá leche condensada?

—Papá.—Advierto.

—De acuerdo.—Me responde el.—Mientras no sea esto.

Sonrio y le doy una mirada al doctor.

—Tranquila.—Me asegura.—Aun tengo que tomarle el pulso a tu padre y tomar otros exámenes... no estará solo.

Asiento con la cabeza.—Muchas gracias, doctor.—Señalo a papá.—Y tú, has caso a cada indicación... ¿Entendido?

—Entendido, pescadito.

Sonrio y salgo de la habitación, me voy dispuesta a dirigirme a la cafetería, pero no doy ni tres pasos cuando me quedo helada por la imagen que tengo frente a mí.

Primero veo a Nate y tengo las palabras exactas para decirle que se vaya.

Y luego la veo a ella.

—Rayan.—Y su voz elimina toda la posibilidad de que sea un espejismo.

—Halle...

Perfecta SincroníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora