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Sus pies descalzos tocan el frío piso, sus finos dedos se deslizan por su labio inferior que se encontraba roto a causa de la pelea con su pareja la noche anterior, él se volvía loco por los celos y ella no hacía más que culparse por hacerlo enojar.

Se detiene en la puerta del baño, pensándoselo unos cuantos segundos. Podría ahorrarse tiempo si no se duchaba pero el dolor en su cuerpo y en su rostro ameritaba un poco de agua tibia para relajarse de la pesadez de la vida. Gira las llaves de la ducha, las gotas de agua caen rápidamente sobre ella, cierra sus ojos y los recuerdos amargos no tardan en invadir su mente, sus lágrimas saladas se mezclan en su agonía.

Envuelve su cuerpo en la toalla de color coral mientras se aproxima al espejo para poder ver su reflejo, su rostro que va apagándose más y más, entristecida de por vida, sus ojeras oscuras adornando debajo de sus ojos, uno que otro moretón se divisaba en sus mejillas y su labio roto por el puñetazo que recibió horas atrás. ¿Esta era la vida que quería? No. Pero la tenía que vivir por darle a su hija una familia.

Golpes en cada parte de su cuerpo, heridas en su corazón y su mente.

El sonido cada vez más cercano la asusta, sus manos tiemblan del miedo que le genera la posibilidad de encontrárselo molesto que sabía muy bien que lo estaría por no tener el desayuno listo, abre con lentitud la puerta y ahí están esos ojos esmeralda que años atrás la miraron con amor o lo que ella pensaba que era amor, su ceño fruncido y ese rostro lleno de furia, ese era el Eren del ahora, el de siempre desde que nació Aiko.

La escanea por completo, de arriba abajo relajando sus gestos de molestia, aproxima sus masculinas manos a la diminuta cintura de la azabache quién suelta un quejido ante la brusquedad ejercida, los labios ajenos se presionan sobre los de ella con salvajismo, no le importa ni un poco generar dolor ni el sabor a sangre que ahora mismo se mezcla con su saliva.

—E-Eren, para—ruega la mujer azabache buscando alejarlo pero este se aferra completamente atrayéndola aún más a su cuerpo, la mano de Eren sube para quitar la toalla dejándola caer en el piso.

Él estruja con fuerza uno de los senos de la fémina que suelta un alarido de dolor, entre lágrimas suplica que se detenga pero este no lo hace incluso lo motiva más. La pone contra el lavamanos de cerámica, las manos de Mikasa se aferran a los bordes mientras es penetrada una y otra vez, sus gritos son callados por la mano del hombre que no muestra ni un gramo de simpatía a la mujer que le dio la vida.

Por favor que acabe pronto esta pesadilla

Duele, duele mucho

Arde como el mismo infierno,
Ni siquiera le importa hacerme sentir bien.

Tengo que aguantar, es por mi bien.

No me sirves.

Lo escucha decir, es liberada de el agarre violento al que la sometía casi siempre. Él quería tener el dominio de su cuerpo, de su ser y hacerla llegar a un orgasmo con solo penetrarla y tratarla de una manera tan aberrante.

—¿Porque eres cruel?¿Que hice mal?

—Quiero una mujer que disfrute, no que se pase todo el tiempo llorando—responde molesto—Ve a preparar el desayuno a ver si eso si puedes hacer bien, mujer de mierda.

𝙈𝙞𝙨 𝙝𝙚𝙧𝙞𝙙𝙖𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora