Ella constituía una verdadera fuente de alegrías y sonrisas para lo que siempre consideré un corazón muerto, un cuerpo sin vida, un autómata sin destino. Venía corriendo a mis brazos a la primera oportunidad; los amaneceres más bellos se resumían a su anatomía estirándose entre las sábanas revueltas con la luz del sol iluminándola toda; sus besos eran medicina para el espíritu más enfermo. Ella definitivamente revolucionó mi interior. El problema fue cuando decidió irse, dejándome sólo, asustado, en ceros nuevamente. Ella era así, tan especial...
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