38. Trauma

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Permanecí en el hospital por unas tres semanas. Las lesiones físicas en mi cuerpo no eran tan graves, pero el trauma emocional y psicológico sí.

Cada noche despertaba a causa de las pesadillas, y permanecía despierta después de eso, para no volver a tenerlas.

Finnick estuvo durante dos semanas a mi lado, durmiendo en una incómoda silla. Pero ni siquiera su presencia o sus palabras podían tranquilizarme. Estaba segura de que Snow vendría por mi en cualquier momento, listo para vengarse.

La tía Hazelle pasaba largos ratos conmigo durante el día, con los niños jugando en la enfermería el ambiente se aligeraba.

Comencé a ganar peso y los doctores hicieron todo lo posibles por curar mi brazo fracturado y mi cadera lesionada. Podía caminar y mover el brazo pero había un ligero dolor que dijeron que sería permanente.

Cada mañana la pasaba encerrada en una oficina con lo que llamaron un "terapeuta". Se suponía que el hombre debía ayudarme a superar todo lo que había vivido pero nada de lo que decía me hacía sentir segura.

— ¿Usted ha vivido aquí toda su vida?— pregunté un día en el que me sentía exhausta. Exhausta de la vida misma.

— Sí, pero eso no es relevante— contestó acomodándose las gafas.

— ¿Cómo es que va a ayudarme si no sabe lo que es vivir lo que yo he vivido?

— Existen libros, y un protocolo de actuación para estos casos... — comenzó.

— Lo que he pasado no lo encuentra en anticuados libros— contesté rabiosa.

— Entonces cuéntame. Si me lo dices todo, tal vez lo pueda entender.

La ira comenzó a descender, dejando a una Lidya indefensa y pequeñita, muy parecida a la chica de 16 años que salió sorteada en la cosecha hacia varios años.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas y empaparon mi gris vestimenta, igual a la que todos usaban en el distrito 13.

No dije nada más, durante 40 minutos estuve hecha un ovillo sobre mi silla, sacando todos mis sentimientos a través de las lágrimas.

Peeta y Johanna tampoco la pasaban bien. La chica se negaba a darse una simple ducha porque recordaba los chorrazos de agua helada antes de ser electrocutada. El chico estaba todavía peor, pues le habían lavado el cerebro y le habían hecho creer que Katniss era un monstruo. Tanto así que el día que llegamos intentó asesinarla.

Lo tenían aislado del resto en una habitación especial, amarrado por los pies y manos a la cama.

Todo el tiempo alerta, todo el tiempo agresivo, el muchacho creía que los médicos le harían daño. Es por eso que me pidieron que lo visitara a diario, pensando que ver un rostro familiar lo tranquilizaría.

— Hola— saludé un día, mientras me adentraba en la habitación.

— Hola— respondió sin mirarme. Perdido en las luces del techo.

— ¿Quieres hablar?— pregunté.

— Tenemos que escapar de aquí Lidya, se hacen los piadosos con nosotros pero cuando menos lo pensemos, nos van a convertir en asquerosos y sucios mutos, como lo hicieron con Katniss— sus ojos parecían salir de sus órbitas, el chico estaba completamente desquiciado.

— Katniss no es un muto, Peeta.

— Sí lo es— insistió.

— No lo es. Y no nos harán daño tampoco. Nos están ayudando a sanar.

La chica de las flores | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora