43. Alma Coin

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Durante los días siguientes a la boda, el sentimiento de que Coin me observaba me tuvo intranquila por días.

La subasta de los vestidos había sido un éxito, lo que nos permitió comprar comida y medicamentos para los distritos más golpeados por la guerra.

Mi presencia en Comando fue requerida con frecuencia, ya que me encontraba más estable mentalmente y a Coin le gustaban mis ideas, me permitieron formar parte del equipo que tomaba las decisiones.

— Quiero ir al Capitolio— insistió Katniss un día, desesperada por asesinar a Snow, como todos lo estábamos.

— No estás preparada para hacerlo— insistió Heavensbee, harto de escuchar a la morena insistir.

— Tres semanas— murmuré.

— ¿Qué?— preguntó Plutarch, sin entender.

— Denle tres semanas. A todos. Tomaremos el entrenamiento y si estamos listos, iremos al Capitolio— sugerí.

— Bien— aceptó Coin.

Cuando la reunión terminó, la habitación se vació, y cuando caminaba en dirección a la puerta la mujer habló.

— Es una lástima que tu fuerza e inteligencia sean poco apreciadas.

— ¿Perdón?— pregunté sin entender.

— Tienes ideas excelentes, lástima que nadie las reconoce y valora como tuyas porque no eres el rostro de esta rebelión.

Ahora lo entendía. Quería hacerme sentir celosa de Katniss, para convencerme de tomar su papel como el Sinsajo.

— Me gusta estar donde estoy, gracias. Ya tuve suficiente de los reflectores durante siete años— sus ojos gris pálido se clavaron en los míos, intentando descifrar mis pensamientos.

— Si algo le pasara a Katniss...

— Nada le va a pasar a Katniss— interrumpí.

— No dudaré en quitar del camino a aquel que quiera hacerle daño— una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.

— Excelente, eso es lo que le hace falta a la causa. Elementos leales.

— Con su permiso, me retiro— la mujer asintió satisfecha y finalmente salí de la habitación.

Durante la cena me senté junto a Finnick, Katniss, Gale, Johanna y Nocta.

Todos conversaban con diversión, mientras yo seguía dándole vueltas al asunto de Coin.

Había algo en ella que me causaba repulsión, de no ser por la falta de hedor a rosas y sangre, pensaría que se trataba del mismo Snow.

— ¿Te encuentras bien, Lidya?— la dulce voz de Finnick me llevo de regreso al comedor, con los ojos de todos posados en mí.

— Sí, todo bien— sonreí tomando un trozo de pan y volviendo la mirada a mi comida.

Una cabellera rubia se asomó de entre el resto y me acerqué a saludar.

— Peeta, que bueno verte por aquí— el chico sostenía su bandeja de comida entre sus manos esposadas.

— Hola, Lidya— me dedicó una sonrisa de lado.

— Lamento no haber ido a visitarte estas semanas. Sin duda debí haber ido a agradecerte por el hermoso pastel que hiciste para mi boda.

— La disculpa te la debo yo, luego de lo que intenté hacerte— agachó la mirada, avergonzado.

— Lo que pasamos en ese horrible cuarto de tortura fue terrible— le di una pequeña palmadita en el hombro— No tienes que disculparte.

— ¿Te molestaría si me uno a ustedes en la mesa?

La chica de las flores | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora