39. Recuperación

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Finnick no se acercó a mi durante una semana entera. Todos los días iba a la enfermería a visitar a Hope pero mantenía su distancia.

Verlo mirarme de reojo me partía el alma. Pero era mejor para los dos estar alejados un par de días. Yo no estaba bien, y no quería arrastrarlo a ese sube y baja que eran mis emociones.

El primer día que tuve permitido bajar a convivir con el resto de los habitantes del distrito 13, me empeciné en encontrar a Magnus.

— ¿Buscas a alguien cariño?— preguntó una anciana, al verme algo perdida.

— Estoy buscando a Magnus y Rosie Flannagan. Ambos rubios de ojos azules— la mujer negó— tienen dos bebés, un niño y una niña— la mujer asintió.

— Sí, la conozco. Iré a buscarla— agradecí su amabilidad y aguardé pacientemente.

La rubia apareció entre el tumulto de gente con el semblante algo triste.

— Hola— saludé con entusiasmo.

— Hola Lidya, que gusto ver que ya estás mejor— sonrió con amabilidad.

— ¿Dónde está Magnus? ¿Por qué no ha ido a visitarme?

— Lidya...— la muchacha esquivó mi mirada.

—Magnus murió en el bombardeo del distrito 12— sus palabras resonaron en mi cabeza con claridad, pero no lograba procesar la información.

— ¿Qué?— retrocedí unos cuantos pasos, chocando con una alguien más, me sentía atrapada entre tanta gente, y el oxígeno comenzó a faltarme.

La chica me tomó de la mano, haciéndome sentir que todo iría bien.

El aire regresó a mis pulmones lentamente, pero mantuve los ojos cerrados el tiempo restante que estuve ahí.

— Él ayudó a más familias a escapar de entre las llamas— sus últimas palabras resonaban aún en mi cabeza.

"Te presentaré a Rosie y a los niños"

Su sonrisa entusiasmada y sus ojos brillantes por pensar siquiera, en la idea de que conociera a su familia, en que fuéramos amigos otra vez.

— Magnus se arrepentía diario de haber dejado a Rory morir en los Juegos. No quería dejar a demás gente morir esta vez.

— Eso es mi culpa— hablé finalmente— lo atormenté durante años, lo culpé por la muerte de su hermano cuando no tenía la culpa de nada, él no podía hacer nada— sollocé.

— No es tu culpa, Lidya. Él sabía que aquella vez no podía hacer nada. Pero ahora sí que pudo hacer algo, y mucho— varias manos se posaron en mis hombros, dándome aliento.

Abrí los ojos lentamente y los miré. Todos rostros familiares, provenientes de nuestro hogar, el distrito 12.

No bastó preguntar, por sus rostros de agradecimiento sabía que se trataba de toda la gente que había rescatado.

Varios con secuelas del fuego, quemaduras que abarcaban gran parte de sus cuerpos, los más pequeños, intactos.

Rosie sonrió en mi dirección.

— Puede que ya no esté aquí, pero la cantidad de amor que me dejó a través de estas personas, que no dudan en ayudarme cuando más lo necesito, me hacen darme cuenta que no se ha ido, no realmente— abracé con fuerza a la rubia, abrazo al que se unió el resto.

Un timbre nos sacó de nuestra burbuja, indicando que la hora de convivencia había terminado.

Nadie se despidió, apurado por llegar a su siguiente tarea del día, pero yo me tomé mi tiempo para ir a mi sesión de terapia.

La chica de las flores | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora