30. Mansión presidencial

3.8K 336 86
                                    

Un molesto rayo de sol que me pegaba en la cara me obligó a recobrar la conciencia.

Cuando abrí los ojos me encontré en una habitación grande y lujosa, rodeada de aparatos conectados a distintas partes de mi cuerpo.

Conocía ese lugar, más de lo que me gustaba aceptarlo. Estaba en la mansión de Snow.

Me quité la máscara de oxígeno y me apresuré a ponerme de pie. Cuando mis pies tocaron el suelo fallaron, y tuve que sostenerme de un mueble para atenuar la caída. Un par de cosas de la mesa de noche cayeron al suelo y se rompieron, ocasionando un tremendo ruido.

Se oyeron unos pasos en el pasillo, apresurándose a la habitación. Intenté arrastrarme para estar a salvo pero me encontré con los pies de un hombre a medio camino.

—¡Lidya!— los ojos azules de Peeta se pusieron frente a los míos, el chico me miraba con sorpresa y felicidad.

— ENFERMERA, DOCTOR— comenzó a gritar.

Lo miré con detenimiento unos segundos, buscando en su mirada las respuestas a todas las preguntas que no podía formular a causa del shock.

Lucía más robusto que el día que nos sacaron de la arena. No había ninguna sola cicatriz en su rostro pero dos círculos oscuros se formaban debajo de sus ojos, indicando que no estaba durmiendo muy bien.

Examiné el resto de su cuerpo, traía puesto un traje blanco muy bien planchado, sus manos estaban tersas, a excepción de cuatro pequeños surcos en cada una de sus palmas, donde parecía que se encajaba las uñas.

Un olor vomitivo inundó mis fosas nasales, miré la solapa del chico, una rosa blanca descansaba allí pero estaba segura que una sola flor no podía desprender tal aroma.

Eché un vistazo a la habitación, en cada rincón había un florero con una docena de rosas blancas, apestando todo el cuarto.

Mi estómago se revolvió y las ganas de vomitar aparecieron, esas flores solamente podían ser de parte de una persona, el dueño de todo lo que me rodeaba, e incluso, dueño de mi libertad. Snow.

— El presidente Snow ha venido a visitarte todos los días. Siempre trae por lo menos media docena de rosas— murmuró una enfermera mientras ayudaba a ponerme de pie.

Saber que el anciano me había visitado mientras estaba dormida, me hizo sentir pequeña e indefensa.

Imaginarlo sentado junto a mí, tomando mi mano o acariciando mi mejilla, aumentó el asco que habían provocado las flores.

— Nunca había visto que tuviera una relación tan estrecha con algún ganador. Deben ser muy buenos amigos— sonrió la chica.

Me acomodé de nuevo en la cama y el muchacho de cabellos rubios se sentó junto a mí.

—¿Qué día es hoy?— pregunté mientras dejaba que los médicos me evaluaran.

— 01— susurró.

— ¿01 de julio?— eso no tenía sentido. Peeta lucía bastante repuesto como para que hubiera pasado un día.

— 01 de agosto. Llevabas un mes en coma— me tomé un segundo para procesar aquello.

Cuando finalmente recobré la cordura, me llevé la mano al vientre, esperando encontrar una gran barriga allí.

— Ella está bien, no te preocupes. Es una luchadora— sonrió la enfermera.

Suspiré aliviada y guardé silencio hasta que los médicos se fueron.

— ¿Dónde está Johanna?— finalmente le pregunté al chico.

La chica de las flores | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora