41. La boda

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La suave melodía de un piano comenzó a resonar en la habitación contigua, creando la atmósfera esperada

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La suave melodía de un piano comenzó a resonar en la habitación contigua, creando la atmósfera esperada.

— ¿De dónde han sacado un piano?— pregunté a Haymitch.

— Han ido por el tuyo hasta el distrito 12— susurró.

— Te ves hermosa, por cierto— dijo acomodando un mechón de mi ahora castaño cabello.

— Gracias— sonreí antes de volver a acomodarme.

— Bien, esa es nuestra señal— murmuró tendiéndome el brazo al oír a Lucy Gray comenzar a cantar.

Me tomé de su brazo y las puertas de la habitación se abrieron ante nosotros. El salón que era usado como comedor, ahora estaba decorado de flores amarillas, azules y blancas.

Avanzamos por el pasillo a paso lento, mientras yo miraba absorta todo a mi alrededor.

Cressida y su equipo de televisión sostenían sus cámaras, transmitiendo en directo la ceremonia.

Miré a los invitados, encontrándome con varios rostros conocidos. Del distrito 12. En las filas de adelante estaban Plutarch, Effie, Coin y mi equipo de preparación por un lado. Y en el otro, mi familia. Johanna, Gale, Katniss y su familia, y la tía Hazelle, que cargaba a Hope en su regazo.

Sonreí en dirección a mi primo, quien luchaba por mantener las lágrimas dentro de sus ojos.

Finalmente miré al frente, encontrándome con sus brillantes ojos verde mar.

Sonreía de extremo a extremo, como yo también lo hacía. Se veía tan guapo con su traje gris con florecitas amarillas en la solapa.

Haymitch soltó mi brazo y me entregó a Finnick, no sin antes darme un fuerte abrazo.

— Sin flores esta vez— murmuró Finnick cuando estuve a su lado.

— Sin flores esta vez— respondí. No era la chica de las flores la que estaba ahí, parada junto a él. En ese momento no era un títere ni de Snow ni de Coin, ni de nadie. Era Lidya Hawthorne, la Lidya Hawthorne que llevaba tantos años enamorada de Finnick Odair, ese chico pícaro, siempre sonriente, siempre optimista, siempre cariñoso, parado frente a ella.

Nos pusimos de rodillas sobre los bonitos cojines frente a nosotros, mirando en dirección al hombre que oficiaría la ceremonia.

Su discurso duró muy poco, y al parecer fue emotivo, pues pude ver a Finnick derramar algunas lágrimas. Pero yo no pude prestarle atención pues estaba concentrada memorizando cada movimiento, cada gesto que realizaba el ojiverde, grabándolo en mi mente para la posteridad.

Al momento de nuestros votos, nos cubrieron con una red hecha de hierba, como parte de la tradición del distrito 4.

— La primera vez que te vi — comenzó el chico, con sus votos— a través de esa pantalla, donde estaban transmitiendo tu cosecha, supe que eras el amor de esta y todas mis vidas. Porque sé que hay otras vidas, porque un amor como el nuestro, tan puro, tan perfecto, es demasiado como para ser vivido una sola vez.

La chica de las flores | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora