31. Hope

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El 03 de agosto me levanté temprano para dar una caminata por la mansión.

El día anterior había venido el doctor a verme y me dijo que era importante que me mantuviera en movimiento.

Luego de caminar durante una hora por los jardines, intentando buscar un punto ciego de las cámaras, algún rincón sin agentes de la paz, volví adentro sin nada de éxito.

Decidí desayunar en mi habitación para evitar cruzarme con Snow, quien parecía que ahora me acechaba en todo momento.

Incluso en mi habitación me sentía observada por él, como esta presencia que todo lo ve y todo lo escucha. Me sorprendía incluso que no pudiera leer mis pensamientos.

Luego de apenas probar un bocado de comida me conduje a un salón con un hermoso piano que había descubierto años atrás durante una fiesta.

Me senté frente al instrumento, deslicé mis dedos por las teclas y cerré los ojos, disfrutando la melodía.

Cuando los abrí no pude evitar tensar el cuerpo al ver a una persona frente a mí, pensando que probablemente se trataba de Snow.

— No sabía que tocabas el piano— Peeta, quien estaba recargado en el marco de la puerta, se acercó en mi dirección.

— Cuando tienes tanto dinero y tanto tiempo disponible haces cosas extrañas— murmuré.

— El primer mes luego de mis juegos comencé a perderme en este hoyo de tristeza y miseria. Todos los que sobrevivimos lo hacemos, creo. La música me sacó de ese lugar oscuro.

—¿Simplemente escogiste un día aprender a tocar piano para no sentirte triste? Suena extraño— se burló el chico.

— Estaba en una fiesta, aquí en el Capitolio. Y de pronto llega un hombre y se pone a tocar el piano de una manera tan mágica que... Debo confesarlo, me puse a llorar— ambos reímos un poco.

— Cuando regresé a casa me compré un piano y contraté a alguien que me enseñara a tocarlo.

El chico se sentó a mi lado y pasó sus dedos por las teclas, con mucho cuidado.

— Puedo enseñarte si quieres— sonreí con amabilidad.

Tener a Peeta en ese lugar tan horroroso era una clase de alivio, su rostro amable me daba cierta sensación de seguridad de que las cosas irían bien, incluso si no era verdad.

Luego de unos cuantos minutos sentados ahí intentando hacer al chico aprender las notas musicales, nos pusimos de pie y salimos del salón.

— ¿Te importaría quedarte conmigo?— finalmente pregunté cuando estuvimos frente a mi habitación.

— Snow ha estado...

— Lo sé. No hay problema— interrumpió.

Entramos en la habitación aun inundada de rosas con su olor nauseabundo y nos sentamos en el sofá frente al televisor en negro.

— ¿Por qué dijiste esas cosas? Durante tu entrevista— pregunté con curiosidad.

— ¿Lo del alto al fuego? Porque es cierto Lidya, ¿acaso tú no lo ves así? Ellos la están usando para llevar a todos a la ruina.

— ¿Ellos? — pregunté arqueando la ceja.

— Esos rebeldes— murmuró con algo de desprecio.

La chica de las flores | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora