XXIV - Las gelatinas saben llorar

177 57 126
                                    

Le miras, el tren suena, él te mira, y yo los miro a ambos. 

Y el tren vuelve a sonar. 

Claro, primero veo a uno y luego a otro. No puedo mirar dos sitios al mismo tiempo. Los cielos me hicieron gelatina, pero no me dotaron con ojos de camaleón. Aunque sinceramente no sé si me hubieran gustado los ojos de camaleón. 

Perdón, la idea mental de una gelatina con ojos de camaleón no es la imagen más agradable. Puedes reemplazarla con una hormiga bebé.  

Igual le echo un ojo a los pájaros de la vitrina junto a las vajillas, no dejan de ser siniestros en ningún momento; pero sobre todo, observo a Vaquita. Está afuera en el jardín floreado con su pequeño suéter y el cascabel. Ya tiene rato con la cabeza pegada en el vidrio del cancel, está esperando que alguno de ustedes dos se toque el corazón y le abran para que destroce los muebles. 

¿Alguna vez te le has quedado viendo por varios segundos a un chivito? Creo que no es buena idea sostenerle la mirada por tanto tiempo. Como que siento que me ha arrancado algo de mi alma. 

Ya valí gorro.

Partes el pan focaccia con tus manos y comes otro pedazo de este. ¿Lo recuerdas? Es el mismo pan del vecino asesino con el que te quiso envenenar en un principio. Bueno, mismo, mismo, no lo es. Tú entiendes. Este es otro pan. Uno nuevo... Espero.

Masticas. Masticas despacio y suavemente. Lo haces como si tuvieras años sin probar cosa tan deliciosa, todo esto sin dejar de mirarlo a él y sin que te importen las migajas que se van quedando en la comisura de tus labios, ni aquellas que se van cayendo hacia tu regazo. Todavía espero el día en el que comas sin hacer desastre. No te preocupes, aunque intentes matar mis esperanzas, estas no morirán. 

No deberías de estar aquí. Deberías de estar afuera buscando a Sol. Te dije «no te detengas», te detuviste en seco. Te dije «no le hagas caso al vecino asesino», le dijiste que había buen clima. Te dije «no entres», ¿y sabes qué hiciste, desgraciado? Te pasaste hasta la cocina. 

Por más que te intenté disuadir para que no probaras bocado, me mandaste lejos. Muy lejos, hasta Júpiter, de ida y vuelta tres veces. Se te veía en el rostro las ganas que tenías de que fueran cuatro vueltas. Lo sé, te conozco bien, canalla. 

No importa. El pan no te matará. Eres un tragón y este es el tercero que te llevas a la boca. Y no has presentado signos que muestren que terminarás como ratón traicionado por el manjar lleno de raticida. Además, Rafael también se sentó a comer de lo mismo que tú y él tampoco está sacando espuma por la boca. Él está hable y hable de cosas raras...

—Definitivamente yo creo que no es legal, pero decidieron nunca llevarme a registrarme. Así que, hipotéticamente hablando, podría cambiarme el nombre y no pasaría absolutamente nada. 

—Oh.

—Sí, oh. —Pobrecito, cree que de verdad le estás poniendo atención—. La cosa es que para sacar papeles es imposible. Sin papeles, por mas que respires, no eres nadie. Y vivir así en un sistema burocrático como en el que vivimos hoy en día, es una locura. 

—Ya. 

—Sí...

—Ya me acordé.

¿De qué?

—Tengo que irme.

A buena hora te acuerdas de eso. 

—Lo siento, Rob. Pero, ¿no has acabado de entender? 

Por un momento pensé que este encuentro iba a ser tan sangriento como la primera vez que entraste a esta casa. Sol, Rafael y tú tenían la pinta de haberse bañado en pintura roja, todos amenazándose entre sí. Bueno, todos menos tú, por supuesto, porque tú te estabas escondiendo la comida en los bolsillos. Por cierto, intenta no hacerlo esta vez, por favor, la última vez que te guardaste algo en los pantalones se te olvidó. Sol tuvo que tirar la ropa porque se estaba llenando de hongos. 

Ni tan vivo, ni tan muerto | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora