VIII - Merengue

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No lo alcanzas a ver, pero Sol busca fotos de ti en las redes del teléfono de Jean Leup. Está en la sección de personas desaparecidas y mira detenidamente las fechas de publicación de los anuncios. No parece que haya tenido suerte. Por una parte, porque tiene más atención en el vídeo de cómo cocinar un pastel helado con tres capas para hacer la representación de cielo, tierra e infierno (cascadas y fuego incluidos); y por otra parte, porque ninguna de las descripciones concuerda contigo.

Mientras tanto, tú estás perdido en el morral que Sol te prestó. Como ya te acabaste todos los crucigramas de los periódicos, tu nuevo hobbie es recortar palabras de estos mismos para luego guardarlas en esa bolsa vieja. 

—Ya pasaron cinco minutos —susurra el francés—. Ya van varias veces que el señor que vive en la casa de enfrente abre la cortina y nos mira con binoculares. No tarda mucho para que salga y nos aviente de la zona. 

—¿No podemos esperar otro poquito? —exclama Sol—. Todavía no sé bien ni qué decirle. 

—No, yo tengo que ir a trabajar.

—La escuela está a menos de una cuadra.

—Te tengo que llevar de vuelta a la casa. ¿O vas a quedarte aquí? —pregunta exasperado Jean. 

Sol mira a la casa gigante y regresa al celular. No hay mucho que se pueda ver hacia dentro de la casa. El gigantesco portón de madera oscura con las cascadas de florecillas moradas es lo único que nos recibe. 

El francés le arrebata de las manos el aparato a Sol y se da a la fuga un par de pasos. 

—Es una señora que siempre se levanta tarde —refunfuña Sol—. Me va a matar.

Metes la mano en el morral y sacas una palabra para dársela a Sol. 

«Historia.»

Ella toma el papel, bufa y se levanta de la banqueta. Busca un timbre entre la inmensa pared, y como no lo encuentra, comienza a golpear la inmensa puerta con ferocidad. 

La verdad no sé dónde estamos. Solo sé que de un momento a otro mientras veníamos en el carro de Jean, el paisaje cambió drásticamente de estilo. Fue de ciudad post-apocalíptica llena de zombis podridos a paisaje naturalista con casas exhuberantes con toques barrocos. Incluso las jardineras de este sitio son increíbles, tienen árboles que parecen que te cobran dinero por solo tocarlos. 

Algo estás escondiendo en la bolsa, ¿no es así, Rob? Maldito ladrón, ¿de dónde diablos sacaste todas esas flores? No te puedo perder de vista porque estarías trepándote por las paredes para entrar a las casas. 

Unas puertas pequeñas de madera se van abriendo de poco a poco y dejan expuesta una pantalla negra, de inmediato el aparato se enciende y dos señoras aparecen en el vídeo. Una lleva un delantal de cerditos, y la otra de vaquitas. Están secando platos en lo que parece ser la cocina. 

—¿Sí? ¿Quién es? —habla la del delantal de cerditos. 

—Buenos días, señora —contesta Sol casi tartamudeando—. Estoy buscando a María. Soy...

—Híjole, mija, eres la de las pulseras esas —interrumpe la del delantal con vacas—. Nombre no puedo contigo, cómo me gustan esas fregaderas y me haces gastar el dinero. Mira, todavía traigo los que me vendiste el otro día. 

La señora se acerca a la cámara y muestra los aretes que tienen forma de aguacate. 

—Están muy bonitos, señora. Pero yo no vengo a vender pulseras ni nada de eso. 

¿Estás comiendo? ¿Qué estás comiendo, Rob? Animal, como estés tragándote las flores vas a ver. Te vas a intoxicar aquí a plena calle. ¿No puedes aguantar un poquito más? No muestres ante los ricos que tienes hambre, luego te van a querer adoptar como si fueras perro.  

Ni tan vivo, ni tan muerto | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora