XXV - Y la noche sigue eterna

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No me estés fregando.

Ahorita solo tengo ganas de dormir. Al menos solo quiero cerrar los ojos y aparentar que duermo hasta que la última gota de sangre de esta ciudad sea olvidada en el rincón profundo de mi cabeza. O por lo menos hasta que la tragedia termine de esconderse en ese cajón de memorias que nunca debe de ser abierto.

—¿Realmente está...

Y dile a él que también se calle.

No tengo ganas de escucharlo.

Su mancha no se está moviendo como debería de hacerlo. Está totalmente quieta, no como todas las veces en que se arrancaba algo de sí misma. Está fría.

No debiste traerla acá.

Ya que estamos, no debiste de hacer muchas cosas.

No debiste de dejarla salir, no debiste de detenerte, no debiste de ir a comer pan, no debiste de quedarte callado cuando la viste ahí... ¡Algo había que hacer! Pudiste haber hecho cualquier cosa. ¿No? Reclamar, gritar. Pero te quedaste callado. Callado como siempre. ¿Por qué no lo mataste? Tuviste la oportunidad. Estaban solos, uno a uno. Pudiste haberle rasgado, herirle, pincharle un ojo. ¡Tenías tiempo antes de que llegaran las camionetas! Nadie iba a meterse.

Nadie intercedió por ella.

Nos quitó todo. Jaimón nos quitó lo único que teníamos. Solo tenías que arrancarle algo a él.

¿O me vas a decir que ese traga nubes es parte de nuestro todo? Es, yo creo, de las cosas más oscuras que te tocó tener ya después de que reviviste. Tal vez de las cosas más oscuras que te tocó atravesar incluso desde antes de que te murieras.

No somos de aquí. Lo sé. No eres asesino. Y yo a veces pienso en lo sencillo que de repente es quitarle la vida a alguien, es decir, la gente puede morirse atragantándose con uvas. Así de débiles somos, pero incluso con esos pensamientos sé que tampoco soy de esos de sangre fría.

Lamentablemente decidiste morir en un lugar donde todo el tiempo están matando personas. O quitas vida o te escondes lo suficiente como para no ser convertido en carne para los gusanos. Es la ley absoluta. Hasta Eduardo, que probablemente se la pasa sentado todo el día viendo series, ha matado personas. Y no lo ha hecho por accidente, no, ha sido consciente y orgulloso de ello.

Y tú no quisiste hacerlo.

¿Te das cuenta de que fue él quien también te quitó la vida?

—Yo no quiero tener... ¿por qué en mi cama?

Pégale para que se calle.

Él también tiene la culpa. Él fue quien le metió esas ideas de «tienes algo especial en la sangre». Especial mis... Si no le hubiera mencionado nada Sol estaría trabajando en la pastelería. Traería pastel de durazno en la comisura de sus labios y olería a dulce como la primera vez que la viste. Su único problema sería controlar la tentación de meterle los dedos a las cremas de relleno de los postres.

—Ayuda.

No. No te lo permito. No le puedes pedir nada a él. ¡Lo está pensando! El maldito lo está reflexionando como si tuviera oportunidad de negarse a algo de Sol. Ni siquiera tiene el descaro de dejar de mirarla de manera tan morbosa. ¿Por qué demonios tienes que pedirle ayuda a esta cosa?

—Eran sábanas nuevas.

Por favor, pégale.

—¿Hilo?

—¿Perdón?

—Tu hilo. ¿Dónde?

—¿Para coser? —Señala la puerta del baño—. En el gabinete de abajo del lavabo. Está en las puertas grandes esas.

Ni tan vivo, ni tan muerto | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora