XXVIII - Espítirus existencialistas que maldicen a cada rato

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Ya no puedo quitarme de encima la costumbre de hablarte incluso cuando no estás. Es decir, estás, pero estás allá, yo estoy acá y sigo hablándote como si estuvieras aquí.

Ahora que estás mucho más muerto que vivo, me serviría saber cómo moverme sin que tú lo hagas. Pero incluso eso es un problema. Pues, como verás, ya me he planteado con severidad la idea de que soy una gelatina y, lamentablemente, las gelatinas no se mueven por sí solas.

Rafael, a diferencia de mí, ha ido un par de veces al cuarto. Creo que lo hace para asegurarse de que solo hay un muerto y medio en su habitación, y no dos. La verdad es que no se ve que le interese mucho la situación de regresar a Sol, pero ya tampoco ha insistido con enterrarla.

En estos días solo lo he visto entrar a la habitación contigua con los frascos, se queda un rato ahí dentro (no, no quiero saber qué hace con ellos), y luego los regresa vacíos al lavabo. No sé qué tan humano sea lavar la sangre que queda en el vidrio escuchando canciones de Selena Quintanilla. 

Ayer lo vi subir con un frasco gigante de esos a la habitación que le robaste. Le escuché preguntarte si no querías intentarlo un poco. Preguntó dos veces, de ti no escuché nada. También está la fuerte posibilidad de que haya sido otra cosa, porque últimamente siento que estoy viendo cosas que no van.

Ya no puedo estar ahí.

No creo que... No creo que estés mal. No. Solo necesitas descansar. ¿Miedo? No. Claro que no. ¿Por qué diablos tendría miedo? Tú eres el que tiene miedo aquí. Por supuesto, eres humano, tener miedo es parte de eso de ser humano. Te comprendo. Has llegado tan lejos después de morir que ahora la presencia inminente de la verdadera muerte se ve un poco más tenebrosa que la primera vez. No, qué va, no estoy temblando.

Un chaneque* está trepando la barda del jardín de Rafael.

No, de verdad. No estoy desviando el problema. Tampoco estoy delirando. Hay un chaneque trepándose la barda. No lo está haciendo muy bien, lleva casi un minuto ahí colgado en el filo de la barda. Rafael debió de haber puesto alguna reja eléctrica de protección, pedazos de botellas de vidrio clavadas con cemento... Que bueno, siendo el asesino que es, supongo que lo menos que le preocupa es que alguien se meta a la casa.

Debería de advertirle al chaneque que se lo van a comer.

Vaquita se aproxima al vidrio. Trae algo en la boca, no sé qué, pero trae algo. Se avienta contra el vidrio un par de veces y llama la atención de Rafael, quien está ocupado quitando el polvo de los muebles con un trapo. Lleva un mandil y también se ha puesto un paliacate encima de la cabeza (a Vaquita también ya le puso uno), según esto, para limpiar, pero sé que lo usa para taparse el cabello que no deja de cambiarle de color.

Cae el chaneque al pasto. Se ha dado un buen golpe, hizo retumbar los vidrios. No sé si esté bien, ya no se mueve.

Rafael se acerca al cancel, observa sin abrir la puerta. De un momento a otro el chaneque se levanta de la manera más macabra que puedas imaginarte. Con contorsión y sonido de huesos quebrándose. No se le alcanza a distinguir el rostro porque está tapado con una bolsa de basura rasgada y empolvada. No irgue la cabeza, pero se precipita contra el vidrio. El vecino asesino pone el seguro y se queja de las manchas que van dejando las manos del chaneque, pero no se mueve de lugar. No parece espantado.

—Rafita... —La cosa esa puede hablar—. Rafita, ábreme por favor.

—No mames. ¿Por qué te saltas la barda?

¿Rarito?

—¿Qué? —Rarito se quita la bolsa de encima y se limpia el polvo de las mangas—. Sol y Lobo lo hacían todo el rato. Es una buena costumbre de amigos entrar a la fuerza a las casas. Y tú y yo también somos amigos, ¿no?

Ni tan vivo, ni tan muerto | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora