XXXV - El abandono de Caronte

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—No estás muerto.

—No.

Le tronaron los huesos, crujió su cuello y dejó salir espuma rojiza de la boca. Comenzó a rugir como si fuera una bestia y se lanzó contra el joven. Le arrancó los ojos y se los comió. Fue lo único que devoró del hombre. Luego salió corriendo a infectar más personas. 

¿Es raro que siga hablándote, Rob? A pesar de que, bueno, ya pueda moverte a voluntad. Seguramente uno de los efectos secundarios de revivir es volverse loco y no dejar de hacer monólogos. 

—Pese a que te enterramos. Hace un par de semanas.

Sí, al lado del vómito de Sol. Muchas gracias.

A pesar de que las acciones de las últimas horas han sido probablemente las más raras de su existencia, el joven se lo está tomando con naturalidad. Trae una taza y está comiendo de ella. No sé qué hora es, solo sé que es de noche y la única fuente de luz proviene de la lámpara del sujeto. 

—Sí.

—No te encontré pulso. 

Bueno, el doctor nunca sabía tomarme la presión cada vez que iba a mis chequeos. Así que eso no es sorpresa. 

—¿Es helado? 

—Ajá. De nuez. 

—¿Nuez?

Da un par miradas hacia la taza y la tiende hacia mí. 

—Tampoco estabas respirando. 

—¿No?

Qué raro. Eso sí es nuevo. También es nuevo esto de como querer pegarle y sacarle las entrañas. Normalmente no pienso en cosas tan macabras.

—No te lloró Sol. Estuvo a punto, pero no lo hizo.

Ah, pues gracias.

—Creo que estaba en paz.

Me dormí y después de eso no tengo ni la menor idea de qué pasó, yo solo quería respirar. Sé que Sol vomitó, de repente sentí que me cobijaron o algo y después dormí agradablemente. Bueno, creo que primero recogieron los restos de Sol y después me cobijaron. No sé.

—¿Viene?

—No. No puede hacerlo. A veces llama, me tuvo varias veces ahí al lado del árbol. Te deja palabras. 

Algo dentro de mí quema.

El joven me hace un gesto con la cabeza, creo que quiere que lo siga. Sin dejar de comer helado me levanto de entre la tierra. 

Simplemente cavé. Y cavé. Y cavé. Cavé. Cavé. Cavé... No sé si quitar tierra de encima mío se considere cavar. ¿Cavar hacia arriba es posible?

¿Como cuántas veces es posible morir para volver a vivir?

—Ocotillo está a unas dos horas de carretera. Hora y cuarenta si sabes manejar rápido —habla él—. Intentó hacerlo, me lo confesó. Pero está cerrada la ciudad. Nadie entra y nadie sale.

Abre la puerta del árbol escondido y me dirige al pequeño cuartito de luces encendidas. Volteo hacia la casa de madera del perro, sigue ahí, está echado patas arriba y roncando. Como otro poco de la nieve. 

Supongo que está bien eso de despertar. Está bien esto de no morir... pensé que una vez que se fuera Sol y pudiera salir de este lugar, sabría qué hacer. Pero no tengo ni la menor idea de qué debo hacer ahora.

Quiero verla. 

A ella. A Juan Lobo. 

Quiero ver a las brujas. 

Ni tan vivo, ni tan muerto | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora